Treinta españoles combaten en la primera línea del Estado Islámico

Expertos policiales dicen que estos yihadistas proceden de Ceuta, Melilla, Madrid, Bilbao, Barcelona y San Sebastián / La mayoría está en Raqqa (Siria)

Como John, el asesino yihadista y británico del periodista James Foley, una treintena de españoles combate a las órdenes de ese movimiento medieval sin escrúpulos y extremadamente cruel que toma el nombre de Estado Islámico (IS), el objetivo que persigue. Las Fuerzas de Seguridad sitúan a la mayor parte de estos combatientes españoles en el área de Raqqa, el bastión sirio de Estado Islámico en la ribera norte del Éufrates. Algunos, sin embargo, se han trasladado o han sido desviados hacia Irak.

Los expertos no tienen fotos de ellos decapitando o crucificando a sus víctimas, como las de sus compañeros, los yihadistas marroquíes, reclutados en su mayor parte por las mismas redes. Pero sí han constatado que los terroristas españoles luchan en primera línea de la guerra civil de Siria e Irak, desde el primer momento.

Según las cifras manejadas por las Fuerzas de Seguridad españolas, hace un par de meses, los diferentes sevicios policiales europeos tenían constatado que casi 2.000 ciudadanos del continente –y en la cuenta se incluyen las repúblicas caucásicas– se habían incorporado a los diferentes ejércitos islamistas que han decidido combatir en Siria y en Irak. Entre estos terroristas hay unos 35 españoles –que hayan sido detectados, porque en realidad podría haber más– de los que un 90% –es decir, una treintena– se han visto seducidos por la barbarie del Estado Islámico (IS).

La mayor parte de los islamistas españoles que combate en los dos estados mencionados –intentaron intervenir también en Líbano pero fueron rechazados– fueron captados en Ceuta, pero los hay también procedentes de Melilla, Madrid, Barcelona, Bilbao, Murcia o San Sebastián.

Inicialmente, como el resto de los islamistas europeos, fueron reclutados por Al Qaeda para luchar contra el dictador sirio Basar Asad. Pero las facciones más radicales dentro de los propios islamistas fueron ganando terreno y el movimiento liderado por Al Baghdadi, el autodenominado califa Ibrahim, ha actuado también con ellos como un reclamo irresistible.

Fue en abril de 2012 cuando quedó constatado por primera vez que un grupo de españoles se había desplazado a Siria para participar en la guerra santa. El grupo lo formaban el taxista Rachid Hassein Mohamed, Abu Musad; Mustafa Mohamed Abselam, Tafo, y Mustafa Mohamed Tayachi, Piti. Todos ellos de Ceuta, casados y con hijos.

Dejaron a sus familias sin un aviso concreto previo, las engañaron mientras se trasladaban por Turquía hacia Siria y, pocos meses después, el primero de ellos salía en unas imágenes difundidas por internet, conduciendo un camión cargado de explosivos y suicidándose al tiempo que mataba a decenas de personas al estamparlo contra un cuartel en Idlib. Sus otros dos amigos no le sobrevivieron mucho más.

Todos ellos habían sido sometidos a un largo periodo de adoctrinamiento en el que se mezclaban los motivos religiosos radicales con los políticos y con los más pueriles. «Si yo voy al paraíso tú tendrás chacha», le dijo uno de ellos a su mujer para justificar que valía la pena hacer la yihad. Ésa fue una de las ventajas esgrimidas entonces –obviamente en su argumentario también estaba «la opresión» que estaban sufriendo sus «hermanos» por parte del régimen sirio– por un hombre que dejaba atrás a sus hijos y a su esposa para emprender un camino de asesinatos.

La promesa que ofrece el Estado Islámico puede parecer todavía más tangible a quienes se han abonado a un movimiento fanático que se jacta de su sadismo: la creación de un mundo en el que sus familias podrán vivir según las reglas islámicas y sólo de ese modo; y, mientras lo consiguen, según los expertos de las Fuerzas de Seguridad, la posibilidad de recibir una recompensa inmediata que no es sólo la de tener una sensación de poder que no habían experimentado antes. Los expertos se han visto sorprendidos por las características de algunas fatwas, como la emitida por un clérigo radical que permite que una mujer pueda compartir compañía con varios combatientes. Una regla ad hoc.

Han sido varias las ocasiones en las que los responsables del Ministerio del Interior han mostrado su preocupación por el peligro que pueden constituir aquellos españoles que logren regresar a España procedentes de esta nueva guerra.

Las Fuerzas de Seguridad unen a esta preocupación otra: la de los 1.200 ciudadanos marroquíes que se han desplegado por Siria y que, aunque pueden formar parte de IS, forman una katiba, un grupo propio llamado Harakat al Sham.

Hasta hace cuatro meses estaban liderados por un marroquí que estuvo preso en Guantánamo, Brahim Benchekroun. Éste, tras su muerte en un enfrentamiento, ha sido sustituido por Mohamed Almedi Khalou, un suboficial del ejército del país vecino que desertó. «Ése es el mayor peligro para España», sostienen las fuentes consultadas, que consideran que el regreso de apenas un 10% de los miembros de ese grupo podría crear verdaderos problemas en nuestro país y que valoran enormemente la colaboración de los expertos policiales marroquíes.

«Marruecos es para España respecto al islamismo radical tan importante como lo ha sido Francia para la lucha contra ETA», sostienen.