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  • Raul del Pozo

Felipe VI, faja roja

Hay que quitar a la Corona de la espaciosa y triste España, el polvo acumulado de los siglos, el atrezzo de las películas de época, la adulación impresa. Parece que el nuevo Rey ha entendido que se acabaron los contratos indefinidos y que hay que rendir cuentas a la opinión pública que emana a todas horas. Fernando el Católico, el de los ojos rientes, modelo de príncipes en el Renacimiento, tenía que aprender como sus colegas a cabalgar muy bien «en silla de la guisa y de la gineta», ajustar «sueltamente» y a cortar cabezas. Los reyes eran educados por Maquiavelo y Erasmo para la guerra y las intrigas. Carlos I instruyó a su hijo Felipe II recomendándole que «es mejor discutir los asuntos con varios consejeros y no atarse a ninguno».

En la modernidad, los príncipes ya no mandan si no es simbólicamente en las Fuerzas Armadas. Han de preocuparse de salir bien en photocall. No es que sean títeres, pero más bien trabajan de funcionarios del Estado, de relaciones públicas de la historia. Despojados de poder, interpretan la soberbia inutilidad, las supersticiones claudicantes, la inactualidad de la que habla Cioran. No es el rey quien gobierna los tiempos, sino los tiempos los que gobiernan al rey.

En España, donde se han expulsado o intentado asesinar a los últimos monarcas, la Institución ha recobrado prestigio gracias a Juan Carlos I que prescindió de áulicos, validos y cortesanos.

El Conde de Barcelona quería que su hijo estudiara en la Universidad de Bolonia, Franco ordenó que se educara en la Academia de Zaragoza, donde conoció a los militares que luego le apoyaron. Felipe VI representa otro tiempo, otra Monarquía: aunque se vista de capitán general paisano se queda; ya puede aparecer con la faja roja de capitán general y las 5 estrellas de 4 puntas, nunca mandará como su padre. Cuando Don Felipe juró la Constitución, la Casa del Rey planteó que fuera vestido de alférez. Peces-Barba exigió que fuera vestido de sorche y juró la Constitución de frac. Esperamos del nuevo Rey menos desfiles, más empaque escandinavo, menos picos con los monarcas medievales de chilaba. Más bicicleta, menos helicóptero.

El nuevo Rey moderará, arbitrará, sin meterse en lozadales y sin que se le vea el pito. Cuando los empresarios de Foment, que no saben cómo parar la catástrofe, piden la intervención del nuevo Monarca para una negociación con el Gobierno secesionista de Cataluña, no saben lo que dicen. Si Felipe VI pisa el charco catalán saldrá pringado. Las monarquías caen por meterse en cosas que no les incuben. Los nacionalistas siempre han soñado con un pacto con la Corona, con una soberanía compartida. Necesitan cómplices para su tarea de demolición.