El Congreso ha dado por buena su abdicación, pero al Rey aún le queda una semana. Es tiempo de sobra para conceder el Toisón de Oro a Alfredo Pérez Rubalcaba.
Rodeado de destrucción y cenizas, igual que los caballeros medievales daban su vida por los reyes, el secretario general del Partido Socialista está rindiendo un postrero servicio a la Monarquía española. Casi impagable, como no sea con la máxima distinción que concede la Corona y que no tiene precio.
La sesión parlamentaria parecía propicia para citar a Shakespeare con soltura. No todos los años abdica un Rey. Sólo se animaron a ello Alfred Bosch–«cambiando coronas no se cura el dolor de cabeza»– y Joan Coscubiela–«algo huele a podrido en el Reino de España»–.
El presidente del Gobierno huyó, una vez más, de la épica para centrarse en una lectura muy aseada del BOE, las leyes y los artículos correspondientes de la Constitución. Lo más lírico de su discurso fue esta frase: «Cambiamos de página, pero seguimos escribiendo el libro de nuestra Historia».
El verdadero personaje shakesperiano de esta sucesión, que ayer vivió su primera jornada histórica, es Rubalcaba. Qué discurso, oye. Propio de un presidente del Gobierno dispuesto a encauzar las reformas que necesita el país en un momento histórico.
Los diputados y senadores del PP se deshicieron en alabanzas hacia la pieza oratoria. Sus colegas socialistas decían, claro, claro, pero con la boca pequeña.
La bancada socialista no tenía ganas de aplaudir. La mayoría tenía cara como de sentirse culpables por no poder votar con el alma republicana. Los socialistas son, en sí mismos, un alma en pena vagando por el limbo. Y eso que Rubalcaba intentó levantar el ánimo de los suyos citando a una vaca sagrada del socialismo español, como Luis Gómez Llorente.
Nadie diría que este hombre está a punto de irse. Bien es verdad que ingresará en el ostracismo con brillantez, pompa y honores.
Cuando en los pasillos del Congreso se produce un tumulto porque las cámaras persiguen la imagen del día, los periodistas parlamentarios gastan una broma: «Son Rajoy y Rubalcaba». Siempre hay algún despistado que pica y se lo cree, porque la escena es muy verosímil.
Ayer volvió a suceder dentro del Hemiciclo. El castigado bipartidismo, en perfecta sintonía sobre el pacto constitucional.
Como si Rubalcaba fuera el vicepresidente político que impulsa las reformas y Mariano Rajoy un presidente modelo reina madre. Con perdón. Por cierto, en una sesión tan histórica, las cámaras y los focos a quien perseguían en el Salón de los Pasos Perdidos era a Pedro Sánchez, el aspirante a liderar el PSOE, y a quien hace dos meses nadie hacía ni caso. En este tipo de cosas se nota la aceleración de la Historia. El cambio generacional, una realidad imparable.
El diputado Vicente Martínez Pujalte, que es el único que se atreve en el PP a pedir –en voz alta– una reforma de la Constitución, se lo advirtió ayer a sus colegas de escaño.
Ha consultado las fotos de hace 39 años, cuando Don Juan Carlos juró ante las Cortes Generales y el Consejo del Reino, y se ha dado cuenta de un detalle. De todos los que estaban allí ese día, el 99% habían desaparecido de la política al año siguiente. Así que tomad nota.