La función de la masa

El ASUNTO de la delincuencia en Twitter tiene interés o no. Basta con decir que internet es el mundo real, pedir que se apliquen las leyes que allí rigen y andando. Sin embargo el asunto se complica en cuanto se introduce la variable que hace distinto a internet de cualquier otra cosa manejada por el hombre, que es su principal fuente de complicación y novedad respecto del pasado, y que es el tamaño. Cada día se publican en España millones de tuits. Algunos estarían comprendidos en lo que el código penal entiende por calumnia o amenaza. Una proporción pequeña, pero una cantidad grande. Siguiendo el mismo camino que los titulares de periódicos y la cita erudita, el insulto se ha devaluado en internet hasta extremos inconsolables. Insultar siempre tuvo su precio y su molestia. Hace años que dije que la calidad general de Twitter no superaba los comentarios de barra de bar, ni falta que hace. Pero entre la barra de bar y Twitter se interpone la presencia física: lo que me dices en Twitter no me lo dices en la calle. Al mismo tiempo que ha ganado volumen (impresionante: la capacidad de dar y tomar ha aumentado exponencialmente en el mundo) el insulto ha perdido mérito moral. Pero lo importante es determinar hasta qué punto no ha quedado afectada su propia naturaleza ofensiva. Al igual que después de Google ya nadie mide la cultura de un escritor por el enciclopedismo que aflora en sus textos, es probable que la capacidad de ofender se haya esfumado del insulto tuitero. La primera función de la masa, y Twitter la cumple a la perfección, es degradar todas y cada una de sus prácticas. A los cambios orgánicos que se hayan producido en la ceremonia del insulto se añade una cuestión técnica: ¿es imaginable que la policía y la justicia puedan asumir la investigación y castigo de esas conductas, dado su volumen?

Por el momento hay un camino más simple y mejor y es que los medios ignoren Twitter. Son los medios los que fabrican la mayor parte de la inmensa conversación tuitera y son los medios los que le dan a diario crédito y legitimidad, con fundamentos estadísticos y sociológicos del todo dudosos, cuando no risibles. Respecto al insulto, no cabe más que recordar la vieja norma: un insulto de Twitter en un periódico es un insulto en un periódico. Y aun reconociendo la tradicional convivencia entre el periódico y los graffitis excrementales de los lavabos, no sé, chicos, pero yo creo llegada la hora de ser limpiamente modernos y elevarse.