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  • Arcadi Espada

Si lees, no encabezcas

Querido J:

Al día siguiente del debate con Elena Valenciano, el candidato Miguel Arias Cañete prolongó su estrepitosa derrota al justificarse de esta forma ridículamente machista: «El debate con una mujer es complicado. Si demuestras superioridad intelectual o la acorralas es machista». Es decir, ahora no sólo sabemos que Cañete le perdonó la vida a la candidata Valenciano por no perderla él, sino que eso mismo habría hecho con cualquier otra mujer. Y lo dice el día que un hermosísimo doodle recuerda a la célebre Maria Gaetana Agnesi, mujer de ciencia a la que hicieron pasar por bruja, en su 296 cumpleaños.

El consuelo de Cañete (un consuelo muy tipificado) es que se trata de un punto de vista extendido. Un día de hace años, cuando gobernaban, Alfredo Pérez Rubalcaba me dijo a propósito de sus ásperos debates con Soraya Sáenz de Santamaría que controlaba su boca por la misma razón. Así se confirma que las mujeres, al menos en la política española, parten con una invulnerabilidad de principio en el debate público. Si además son de izquierdas parten doblemente superiores, porque, gracias a la pacata derecha, la izquierda puede permitirse, entre otras muchas cosas, ser analfabeta porque es buena. No quiero ni pensar qué podría suceder en un debate entre el candidato popular y una mujer de izquierdas que fuese además negra, lesbiana y discapacitada. Veo al lustroso Cañete diciendo sólo Yes, ma’am, aunque, eso sí, leyéndolo.

Como Cañete se pasó todo el debate leyendo, yo encabezco la petición de que sea más prudente respecto de su presunta superioridad intelectual sobre Valenciano. Hablando de discapacitadas. Un hombre que cuando su interlocutora se atreve, ya en el summum de su desparpajo y de su beocia victoria, a corregirle en estos términos: «Y no se dice discapacitados, señor Cañete, sino personas discapacitadas»; y se queda frigorificado porque no tiene entre sus apuntes una sola línea sobre este reproche imposible, una sola línea para decirle perdone, pero se dice discapacitados, como se dice valencianos y no personas valencianas, ese, en fin, es un hombre cuya superioridad intelectual ha de demostrarse. Un candidato no puede leer en un debate nada que no sea una cifra o una cita. Nada. Hubo un momento puramente extraordinario, en el alegato final, cuando Cañete dijo: «Sé muy bien de lo que estoy hablando». ¡Y lo estaba leyendo!

La política es convicción. No se convence a nadie leyendo. Ni en un debate ni en un mitin ni en ningún otro lugar de la política. El teleprompter de Obama sólo responde a la necesidad de convencer. Cuando uno lee habla otro, y eso establece una grieta de desconfianza entre el político y su cliente. Como si alguien, para venderte un coche usado, te hablara de sus virtudes leyéndolas en papel pautado. Ésa es la razón principal por las que la candidata Valenciano destrozó a su rival. Casi no leyó. Verla desplegar su dedo índice, el famoso dedillo índice de la izquierda, mientras el gordito empollón rebuscaba desesperadamente entre sus apuntes, ¡manuscritos!, ¡con rotulador!, va a ser uno de los más grandes y letales momentos de la campaña electoral.

Lo que Valenciano estaba diciendo era frecuentemente falso, casi siempre inexacto y nunca podía esquivar un dejo sórdido. Todos los ángulos de la demagogia quedaron expuestos en su intervención inolvidable. Yo sufro mucho oyendo a la gente de izquierdas. Lo hemos comentado alguna vez. Cuando tú y yo, de jóvenes, elegimos la izquierda fue, por encima de una elección ética, una elección intelectual. La demagogia y la brutalidad intelectual eran de la derecha. Eran, exactamente, aquellos garbanzos de Fraga Iribarne, que casi me hacen odiar mi plato preferido.

La izquierda era una limpieza. Una superioridad intelectual. Una paradójica aristocracia igualitaria. Yo oigo hablar a Valenciano y siento mi juventud maltratada. No aspiro a que sea nada más que un asunto personal. Comprendo que la mayoría de las personas se queden impávidas cuando Valenciano saca su eslogan de garrafón: Una Europa con rostro humano. Pero yo me convulsiono, claro. El socialismo de rostro humano fue aquella reivindicación ¡humanísima! de la Primavera de Praga que se proyectaba sobre la dictadura comunista. El que ahora los socialistas pretendan proyectarla sobre la comunidad de hombres libres que es Europa supone una aberración histórica y semántica difícilmente soportable. Y metaforiza con crueldad el camino de bullshit y de incoherencia que ha adquirido aquel proyecto que pretendió emanciparnos, no sólo de la pobreza, sino también de la idiotez.

Y, sin embargo, Valenciano arrasó porque en una campaña electoral la convicción es más importante que la verdad.

Te insisto: el que lee siempre miente, aunque lea la verdad. Veo al pobre Cañete sujetando con mano temblorosa unos gráficos mientras Valenciano profiere incendiada que qué importa un punto más o menos de déficit ante la pobreza.

Cañete me hace pensar en uno que se empeñara en rebatir todos los pronósticos del zodiaco en vez de impugnar el lugar irreal e infalsable desde el que el astrólogo habla. Es simple: la pobreza infantil y el punto de déficit son la misma cosa, sólo que vistas desde la superficie o el fondo. ¡Pero hay que decirlo! Decirlo con eso que se llama el corazón: desde la convicción y no desde el complejo. Ese penoso complejo de ser un varón heterosexual de derechas, que tiene que leer las cosas para que no se le escape la fiera que lleva dentro.

Sigue con salud,

A.