Ana y Pep

Cuando el Bayern perdió en el Bernabéu, Pep dijo que amaba su estilo y que no renunciaría a él. Tras la humillación de Múnich dijo que se sentía todavía más convencido de sus principios futbolísticos. Ana Botella, a pesar del espantoso ridículo que ella y su candidatura olímpica hicieron en Argentina, y de la decadencia política, cívica e institucional en la que ha entrado Madrid desde que ella es alcaldesa, insiste en tener un proyecto para la ciudad y amaga con volver a presentarse.

Dos egos enloquecidos, dos vanidades desbocadas, dos princesas que en su oscura pasión autorreferencial se han olvidado de que representan algo más relevante que ellos.

El Bayern estaba antes de que Guardiola aprendiera a chutar, y estará muchos años después de que el mejor discípulo de Cruyff haya muerto.

Lo de la señora Aznar es todavía más grave porque una ciudad es bastante más que un club de fútbol, y ni ella ni su esposo parecen darse cuenta de que hay cosas más importantes que su afán de poder y su resentimiento.

Hasta un socialista cuerdo estaría dispuesto a admitir que lo peor que le podría pasar a Madrid es que el PSOE volviera con su viejo gobierno de difuntos y déficit. Y eso es lo que sucederá si los Aznar no son capaces de pensar en algo más que ellos mismos y apartarse para que Esperanza pueda ser la candidata de la derecha y la capital del Reino tenga todavía una oportunidad de recuperar su rumbo y su sentido.

Puestos a perder, porque la derrota es el único destino que le espera a los Aznar si cometen el gravísimo error de presentarse, es mejor que lo hagan con elegancia. Una retirada a tiempo, con honor y sin agravios, con generosidad y sin ese aferrarse pequeño y trágico a lo que sólo tú no te das cuenta que ya no puede salvarte. Una retirada por el bien de los madrileños, por el bien del PP, por el bien de Ana Botella, que ya ha hecho el ridículo lo suficiente, y por el bien del legado moral y sentimental de su marido ex presidente.

Lo único que al final nos redime, cuando es hora de hacer balance, es la grandeza. Todos necesitamos nuestra redención, sobre todo los que viven persuadidos de no haberse equivocado nunca. Lo único que nos redime son las veces que fuimos capaces de pensar y de actuar más allá de nuestras necesidades y nuestros caprichos. Lo que hunde a los hombres no son las derrotas, sino el odio cuando anula la inteligencia. La rabia cuando puede más que la audacia. Desde el resentimiento nada puede levantarse y todo acaba desmoronándose.

Los Aznar están más que amortizados. Aunque a mi admirado ex presidente le pese, su obituario está ya redactado y quedan libres sólo las tres últimas líneas, para indicar la causa y la fecha del deceso.

Contra el fútbol de Pep, Mourinho descubrió el antídoto y ahora lo conoce cualquier entrenador de cualquier equipo. O es capaz de evolucionar, y de inventar algo que sea otra vez sorprendente, y otra vez nuevo, o se quedará colgado en su ataque de ensimismamiento. No hay peor caída que cuando nos engulle el abismo de nuestra arrogancia. Creemos que estamos en guerra con el mundo y es sólo que se nos han escapado los fantasmas.

Ana y Pep pueden continuar jugando a su estilo y a sus proyectos, pero la realidad aplastará más temprano que tarde la parte de ellos que todavía queda en pie, y el curso natural de la vida y de las cosas se los llevará río abajo con los demás desechos.