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  • Raul del Pozo

Hombres de Estado

Los liberales pensaban que si un Estado depende de un sólo hombre, mejor que no exista; aún es peor cuando depende de dos y no se vigilan el uno al otro. Desafortunadamente, las naciones necesitan estadistas, tramposos, enredadores, cocineros, gallitos y orgullosos, como los veían los griegos, hombres con confianza en su estrella, «ese orgullo inocuo y ciego que caracteriza a los grandes hombres» (Sartre).

Dicen que en Europa y en España faltan hombres de Estado, gobernantes por encima de las pequeñas pasiones de partido, políticos mayores como Churchill o De Gaulle. Mientras esperan sentados la llegada de un gran hombre para reforzar las instituciones y unificar el país, confórmense con lo que han votado, políticos convertidos en empleados del Senado y el Congreso.

Los del PP, que ya tienen su estadista, ven de pronto a Alfredo Pérez Rubalcaba, tercer león de las Cortes, como un hombre de Estado. Antes les parecía una mezcla de refinado Maquiavelo y maligno Satanás; ahora lo consideran un hombre imprescindible para salvar la unidad nacional. Uno que sabe todo lo que pasa en Génova lo ve así: «No es ni nacionalista, ni republicano. Es fundamental que siga, los demás serían un desastre. Por fin ha enderezado al Partido Socialista, alejándolo de las veleidades nacionalistas, recuperando el patriotismo de los dirigentes históricos del PSOE».

La política española es demasiado incivil para practicar la cama redonda como se ha comprobado en el Principado, donde se pasó del ménage à trois (PSOE, UPyD, IU) al matrimonio canónico bendecido por Rubalcaba y Rajoy. Cuando llegó la ley electoral, los dos grandes, satanismo-angelismo, pactaron y el gobiernillo se apoya en el PP. Si pudieran negociar un empate en las europeas, quizá lo harían, porque temen una derrota histórica del bipartidismo.

Madina–me dicen–, «todo aparato», apoya ahora a Alfredo, pero si lo ve derrotado afilará el puñal. Serán inútiles las conjuras, porque Alfredo Pérez Rubalcaba tiene siete vidas políticas y zarpa de terciopelo, como los gatos.

Algunos diputados sospechan que se ha puesto en marcha en Covadonga la triple C–Corona, Cataluña, Corrupción–. Con los dos partidos grandes en el centro, será imposible el referéndum y posible una reforma constitucional para cambiar de retórica y llegar a un acuerdo con los catalanes que se han exacerbado en extremo. Como escribió Pla, de pronto todo el mundo se deslee y se vuelve neurótico. «Luego la gente se pasará de un bando a otro sin respirar siquiera. El catalán tiende a la ambivalencia».

Eso es lo que solía ocurrir. Veremos lo que pasa después de la sucesión de diadas.