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  • Salvador Sostres

Sant Jordi

SANT JORDI es el día por excelencia en que Cataluña se siente moralmente superior; la envidia del mundo civilizado. La discreta galantería de regalar una rosa, convertida en la ostentación pequeño burguesa de hacer, una vez más, lo que todo el mundo hace: esa horterada. Y un país de iletrados presume de regalarse libros. Sólo hace falta ver qué libros, y que leerlos es la última intención y el último motivo.

Sant Jordi pisotea las rosas y sólo hace falta ver qué rosas: no es que no tengan olor, es que no tienen ni espinas. La humillación para los libros de verse expuestos en siniestros tenderetes callejeros; y los autores que han perdido el decoro, y la estética, y se sientan como animales de feria a firmar autógrafos sin sentido. La vanidad, ¡ah, la vanidad!, siempre nos hace hacer el ridículo.

Y luego la gente, ese tipo de gente capaz de sentirse especial en el montón, feliz entre el tumulto, satisfecha en el seguidismo atroz, en el terrible insulto al libro que este día significa, en la degradación de la rosa y del gesto de regalarla porque hoy es el día señalado. Ya nadie se rebela contra la vulgaridad, ya nadie nota su peso tan terrible. Ya nadie intenta ser excepcional, ni mágico; y nos vale lo común, y en el nivel más bajo nos regodeamos. Luego se extrañan de estar en el paro, o de que no les paguen más que limosna por su trabajo.

Hay una miseria que un día llegó y de la que ya nunca más vamos a librarnos. ¡Qué gran destrucción ha causado la democracia!

Sant Jordi es el día de los que no leen y de los que nunca piensan en flores. Es el día de la indigencia intelectual y del deprimente barraquismo. Es el día de la impostura, de la fantasmada. De la euforia en nada solvente fundamentada. Si con esto nos basta para sentirnos superiores será siempre inconmensurable el catálogo de inferioridades al que estaremos condenados.

Ese gusto por el gregarismo, ese sistemático crimen contra todo lo que algún día fue intenso, poderoso y bello, justo antes de que las fauces de la turba lo sometieran y lo arrasaran. Ese gusto, acaso el más sórdido, por el nosotros devastador que nos llena el corazón y nos vacía el alma.

Yo es que veo gente en la calle, y sueño tanques y más tanques.