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  • Carmen Rigalt

La hora de los laicos

UNA VEZ me contó Paco Umbral (fue en una entrevista, pero por la intensidad con que me quedó grabado parecía un secreto) que el marido de una ilustre escritora se había suicidado arrojándose a una procesión. Umbral tenía la mala costumbre de cambiar las cosas para hacerlas más literarias. A mí llegó a colgarme un amante falso porque eso me daba lustre; durante años recé para no encontrarme con el supuesto amante, pues me habría puesto tan encendida que todo el mundo hubiera dado por bueno el affaire. Volviendo a la escritora, supe que efectivamente, su marido se había suicidado, pero nunca he podido confirmar el extremo de que fuera por el procedimiento de arrojarse al vacío de una procesión.

Hace muchos años que no me sumerjo en la Semana Santa, así que mis vacaciones son asquerosamente planas y aburridas. En la tele ya no dan La túnica sagrada (y si la dan es en 13tv, cuya programación pondría los pelos de punta al mismísimo Papa Francisco). Las radios llenan sus espacios con música disco y nadie recuerda ya que en un tiempo la Pasión de Cristo nos traía Réquiems por decreto. En cuanto a los periódicos, tengo en mis manos el de ayer y no se aprecia ningún guiño, salvo una inesperada foto de Arcadi Espada en la que aparece con una peluca que sólo se justifica como artículo de penitente. No le pega nada, pero a él le gusta epatar, forma parte de su naturaleza seductora.

Yo no soy del todo laica, vaya eso por delante. Estoy impregnada de las enseñanzas que recibí y me sale el Antiguo Testamento por los poros. Me guste o no me guste la religión de mi infancia, la acepte o la maldiga, ahí está. Durante años, en el internado, asistí diariamente a misa, rosario y exposiciones al Santísimo. Para compensar semejante empacho, a mis hijos intenté educarlos en la laicidad, pero me salió rana. Uno de ellos, cuando estudiaba Historia del Arte, preguntó si Moisés era un dios y todavía no me he recuperado del susto.

No soy pues estrictamente laica, pero me gustan las procesiones como si lo fuera. Sobre todo, me gustan las procesiones truculentas. Un ejemplo: la de Bercianos de Aliste (Zamora), donde los cofrades van vestidos con sus propias mortajas y culebrean monte arriba formando una estampa como de Bergman. Para los laicos, eso es droga dura. Colocón asegurado.