La dignidad tenía en Alsasua nombres de mujer. Consuelo Ordóñez, Laura Martín y Conchi Fernández se plantaron en nombre de Covite ante la Casa de Cultura, donde se celebraba el último acto propagandístico de ETA: traer a casa a «los ciudadanos que han huido por razones políticas». Definamos huido por razones políticas: prófugos de la justicia tras haber perpetrado asesinatos, extorsiones, estragos, asociación ilícita y otros ilícitos del Código Penal.
Eran más de un centenar de terroristas que teóricamente estaban huidos sin que existiera contra ellos orden de búsqueda. En la práctica, no se correspondían con la definición. La declaración fue leída por Aitziber Plazaola, una activista que está en libertad bajo fianza, y Xabier Zubizarreta, el alcalde batasuno de Andoain aquel 8 de febrero de 2003 en el que un terrorista asesinó a Joseba Pagaza, su jefe de la Policía Municipal, sin que a él le pareciera mal en absoluto. Había también asesinos excarcelados en virtud de la sentencia de Estrasburgo, algunos muy cuantificados, como Zabarte Arregi, 17 asesinatos a su espalda, otros cualificados, como Antxon Etxebeste, un jefe que lleva en libertad más de 10 años y ya fue invitado de honor en la presentación en sociedad de los estatutos de Sortu hace tres. Y gentes de parecida ralea.
Los reunidos sin causa exigían que se cuente «toda la verdad sobre lo ocurrido en los últimos 50 años», en referencia a la guerra sucia. Allí, frente a ellos, estaba con el mentís de Laura Martín, la viuda de Juan Carlos García Goena, última víctima de los GAL: «Condenad el terrorismo. Aclarad los asesinatos».
Los terroristas, mientras lo son, no pueden condenar el terrorismo; sería renunciar a su ser. Ni uno solo de ellos había anunciado su abandono de la banda terrorista, ni se había arrepentido de su militancia. Tampoco había reconocido el daño causado, esa petición que ayer les reiteraba el ministro del Interior, tras exigirles que se desvinculen de ETA. Que reconozcan el daño causado es condición insuficiente: lo han reconocido y lo han reivindicado.
Formaban una patética hermandad de ex combatientes, nostálgicos del crimen desde hace tantos años, un centenar de terroristas desconcertados por tres mujeres que llevaban cada una un cartel con seis palabras en sus manos, un ejemplo para la política, las instituciones y la Justicia.
Hay que ver el vídeo. Aquel tipo preocupado por cerrarle la puerta a Consuelo Ordóñez, una mujer que había acudido ex profeso a Alsasua, para darles una lista de los crímenes de ETA que permanecen sin esclarecer. Tenía billete de vuelta a Valencia, podría haberle reprochado con argumento prestado aquel vocacional portero, que sólo pudo cerrar la puerta cuando la mano de un colega cogió el escrito que le tendía Ordóñez, y ésta retiró el pie y le permitió cerrarla.
Por dentro, claro. Hace cosa de 30 años, Mario Onaindia había pronosticado que los muy perseverantes eran la reserva del lumpenproletariado vasco del futuro, que en el mejor de los casos tendrían que dedicarse a vender entradas en la discoteca de su pueblo. Estaban más dotados para ser porteros.