Con urnas y sin votantes

POCO a poco la Generalitat va dando detalles de la consulta soberanista: ayer adelantó que va a haber urnas. No se veía tanto suspense desde que Mari Cielo Pajares escribió Memorias de una puta y se lo colocaron en sección biografías (y fue hace una semana). Mas anunció urnas corriendo un riesgo innecesario: preguntándole a Alicia Sánchez-Camacho si se le ocurría una idea mejor. Sucedió todo en sede parlamentaria, donde CiU sigue sin pronunciarse sobre los votantes. Cuando uno se inventa unas elecciones, cuando alguien cree que una situación es tan insostenible que hay que sacar de cama a la democracia como se sacaba de cama a Ortega para que desmontase, precisamente, el nacionalismo, se necesita una ley (que se está haciendo a toda prisa), una fecha, unas preguntas (por curiosidad de la Administración, como la casilla del sexo), unas urnas y unos votantes. ¿Hay votantes? Sólo de un lado. Esto puede acabar siendo como las consultas telefónicas sobre la calidad de los colchones; que de repente unos se entusiasman y dicen su parecer y otros, francamente, cuelgan nada más escuchar que alguien les trata de usted. La democracia, si te despierta o te saca de casa más de un domingo al año, o te empieza a preguntar cosas en aras de la voluntad de la mayoría, es una pesadez, sobre todo si sabes que eso no vale. O como se empieza a decir en los bares: no es vinculante. Hay una gente que tiene muchas ganas de votar que sí y otra, francamente, que tiene muchas ganas de no votar. El riesgo para Mas no es perder, sino ganar con el 100%. El riesgo que corre, en realidad, es que se la dejen hacer. Mas quiere hacerlo todo nuevo, quiere hacer un injerto con el capital de todos que abarque hasta lo telúrico, y para eso se ha puesto a controlar la cadena de fabricación como Inditex, desde hacer agujas hasta abrir tiendas, pero no sabe aún si tendrá clientes. Desde la señora de Bélmez que fue capaz de ver a Jesucristo antes de reconocer una mancha de grasa en la cocina nadie llevó tan lejos una frustración. Ayer el diputado Tardá, que se hizo famoso por andar de un lado a otro gritando viva la República y muerte al Borbón sin resultados visibles, ya quiere otra república, ésta sólo catalana. Hace ocho años cogió un tren y se fue a Valencia a homenajear la del 34 no sin antes aclarar que no estaba en el extranjero: que aquello era Cataluña. Hay gente en España que todavía piensa que el problema es la consulta soberanista, pero no: el problema es que sería la primera. Y sin votantes indecisos, lo cual es tremendo.