SI QUEREMOS acertar con la política migratoria tenemos que conocer cuáles son las consecuencias de los flujos migratorios, qué nos aportan los inmigrantes en el ámbito socioeconómico. En este análisis es fundamental la perspectiva temporal. En el corto plazo, cuando nace un niño, la renta per cápita de un país disminuye (hay un dependiente más en la sociedad). Por el contrario, cuando nace un ternero, la renta sube (hay una cabeza más de ganado). Sin embargo, parece evidente que, en el medio-largo plazo, la riqueza que aportará a la sociedad ese niño recién nacido será muchísimo mayor que la del ternero. Pues bien, con la inmigración ocurre algo parecido: es fundamental que analicemos su impacto a lo largo de varias décadas.

Las empresas tecnológicas del Silicon Valley, las más prestigiosas Universidades, los grandes centros financieros y culturales o las ligas de fútbol más competitivas no serían tales sin la aportación que reciben de millones de extranjeros. Sólo algunas personas de marcado perfil xenófobo ponen en duda los beneficios económicos que los inmigrantes cualificados traen a las sociedades que les reciben.

Por desgracia, para la mayor parte de la opinión pública suele pasar desapercibido que también los inmigrantes con baja cualificación suponen un gran estímulo económico. El coste de su formación, alimentación y atención sanitaria durante su niñez y adolescencia ha corrido a cargo de sus países de origen y, sin embargo, nosotros los recibimos en plena edad productiva y nos aprovechamos de ellos cuando desempeñan los trabajos que los autóctonos no quieren ocupar. Muchas pequeñas empresas y negocios regentados por españoles no podrían sobrevivir si no disfrutaran de la inestimable colaboración de millones de inmigrantes. En Andalucía, por poner un ejemplo, las tasas de paro son muy altas en las últimas décadas, sin embargo, los empresarios agrícolas de El Ejido no podrían mantener y ampliar sus explotaciones de no contar con mano de obra extranjera. Si no fuera porque muchos empleos son desempeñados por inmigrantes, simplemente desaparecerían y muchos españoles tendrían que cerrar sus negocios. Los inmigrantes no quitan el trabajo a los nativos porque normalmente no compiten por los mismos puestos (de hecho, muchas vacantes de empleo coexisten con elevadas tasas de paro).

Es un error restringir la entrada de los que tienen una baja cualificación. Los gobiernos no tienen la capacidad de seleccionar las personas que necesita su economía. No disponen de información suficiente para saber qué trabajadores precisa el sistema en un momento dado. Además, cuando los inmigrantes (cualificados y no cualificados, legales e indocumentados) gastan sus ingresos, incrementan la demanda total de bienes y servicios y, por lo tanto, estimulan a los empresarios que los producen a contratar nuevos trabajadores. En lugar de arrebatárselos a la población nativa, los inmigrantes incentivan la creación de puestos de trabajo a través del consumo que hacen.

Muchos españoles, especialmente mujeres, han podido insertarse en el mundo laboral gracias a que han podido contar con los servicios baratos de la población inmigrante. Si el mercado de trabajo fuera exclusivamente nacional, los sueldos de los trabajadores no cualificados subirían tanto que muy pocos se podrían permitir el lujo de contratar una persona para la limpieza de su hogar, el cuidado de los hijos o la atención de los ancianos. Muchas parejas optarían por no tener hijos o por sacrificar la carrera profesional de uno de los esposos.

Las encuestas indican que la mayoría de universitarios y desempleados españoles aspiran a convertirse en funcionarios. ¡Pero es el sector privado el que crea empleo eficiente y productivo, al no estar subvencionado! Los estudios demuestran que los inmigrantes tienen una mayor iniciativa empresarial. Cientos de miles de ellos han creado en España alguna pequeña empresa en el sector del comercio, la hostelería y la construcción.

Las investigaciones llevadas a cabo en países de larga tradición migratoria coinciden en señalar que los inmigrantes (también los indocumentados) aportan al sistema mucho más de lo que reciben. El balance fiscal es indiscutiblemente positivo para los países receptores, lo que facilita la viabilidad del actual sistema de pensiones en una sociedad tan envejecida como la española.

Una explicación de los éxitos de la población inmigrante puede hallarse en la naturaleza y las características de quienes emigran por motivos económicos. Quienes dejan sus países por razones económicas pasan por un proceso de autoselección: son más jóvenes, más emprendedores, más activos, con menos aversión a correr riesgos y poseen un caudal mayor de capital humano. Quienes emigran también muestran mayor dinamismo y un vehemente espíritu emprendedor. Los inmigrantes tienden a ser más aptos, trabajadores y emprendedores que la gente del país al que llegan porque generalmente son jóvenes, tienen toda la vida por delante y mucho que ganar al emigrar. Según el economista Julian L. Simon, los inmigrantes también tienden a trabajar más duro y a ahorrar más, tienen una mayor propensión a iniciar nuevos negocios e innovar, en comparación con los trabajadores autóctonos del mismo sexo, edad y nivel educativo. La persona que se marcha a otro país no es el tipo de gente que se queda de brazos cruzados esperando a que la ayuden. En Estados Unidos, después de 15 años de residencia en el país, los ingresos medios de un inmigrante legal superan a los de los propios estadounidenses.

Algunos critican que sean los inmigrantes los que habitualmente hagan los trabajos peligrosos y mal pagados que los nativos se niegan a realizar. Sin embargo, como dice Philippe Legrain: «Insistir en salvaguardar el bienestar de alguien no permitiéndole trabajar cuando está dispuesto a ello, cuando hay trabajo por hacer y cuando es beneficioso tanto para la gente del país en el que trabaja el inmigrante como para el país del que procede, es perverso».

A lo largo de la historia ha habido experiencias de flujos migratorios masivos. En los años 90, 700.000 judíos procedentes de la antigua Unión Soviética se asentaron en Israel. En los 70, 900.000 personas fueron repatriadas desde Argelia a Francia. En 1980, 125.000 balseros cubanos llegaron a las costas de Florida. Pues bien, los estudios sobre el efecto de dichos flujos masivos sobre la población autóctona demuestran que no tuvieron ningún efecto negativo sobre su nivel de vida. Demógrafos, historiadores y economistas coinciden en apuntar que los flujos migratorios (muchas veces masivos) han tenido un impacto positivo en el crecimiento económico de países como Estados Unidos, Alemania, Canadá o Australia. Si países históricamente receptores de inmigrantes como Argentina, Cuba o Venezuela atraviesan ahora penurias económicas no se debe a los flujos de personas que recibieron sino a sus políticas irresponsables y desnortadas.

DESDE MI modesta opinión, el desafío migratorio debería encararse con políticas mucho más generosas en la acogida. Probablemente deberíamos ser mucho más estrictos en las políticas de expulsión de quienes delinquen pero, sin duda alguna, tendríamos que facilitar la regularización de los indocumentados que tengan ganas de trabajar, para evitar que sean objeto de explotaciones injustas y puedan tener opción de generar riqueza. Es falso que los inmigrantes vengan exclusivamente a aprovecharse de nuestro sistema de bienestar, pero deberíamos hacer un esfuerzo por integrar en nuestro sistema educativo a los niños de los inmigrantes indocumentados y los menores deberían tener acceso al sistema público sanitario. Ellos serán ciudadanos españoles en un futuro no lejano y nos conviene que estén bien formados. Si no queremos que en España haya bolsas de marginación de inmigrantes tenemos que flexibilizar los pasos fronterizos. La gente no se desplaza miles de kilómetros para estar mendigando en las calles. Quienes no obtienen un trabajo o sus expectativas laborales no se cumplen terminan por regresar a sus países de origen (de hecho eso es lo que está ocurriendo ahora con cientos de miles de inmigrantes legales que vinieron hace años). Sólo decidirán permanecer en España en situaciones precarias si saben que el coste de volver a entrar en el futuro es muy caro y difícil.

A pesar de la corrupción que impregna España, de la mala gestión de muchos de nuestros políticos, de la altas cargas impositivas y de un sistema autonómico caro e ineficiente que malogra los potenciales beneficios de la unidad de mercado y dificulta la iniciativa empresarial, lo que sorprende es que todavía haya gente joven que arriesga su vida para labrarse un futuro en nuestro país. Por eso, agradezcamos a todos ellos que quieran venir y confíen en nuestra sociedad, que aspiren a forjarse con dignidad un futuro próspero entre nosotros y, de esa manera, contribuir a que el resto de la ciudadanía también lo tenga.

Jesús Javier Sánchez Barricarte es profesor de Demografía en la Universidad Carlos III de Madrid y autor del libro Socioeconomía de las migraciones en un mundo globalizado (Madrid: Biblioteca Nueva, 2010).