• Sala de columnas
  • Pedro Cuartango

Mentiras y verdades

NUNCA HA sido fácil trazar una nítida separación entre la verdad y la mentira y ahora es más difícil que nunca. Ello se debe a la paradoja de que disponemos de una gran cantidad de información en tiempo real que no tenemos capacidad de valorar o de analizar.

Lo estamos viendo con los acontecimientos en Ucrania que algunos medios han convertido en una película de buenos y malos cuando estamos ante un conflicto muy complejo, que sólo se puede comprender desde la desintegración del Imperio Austrohúngaro en 1918 y la caída de la Unión Soviética.

La prueba de lo fácil que es convertir una mentira en verdad la tuvimos la semana pasada en el programa de Jordi Evole sobre el 23-F, que ha sido tan criticado como ensalzado. El debate que ha suscitado me parece artificial porque la televisión es esencialmente espectáculo. Como decía McLuhan, el medio es el mensaje.

En la televisión y en las redes sociales, nada es verdad ni mentira o puede ser ambas cosas al mismo tiempo. Un ejemplo son los telediarios de TVE y las cadenas privadas en los que la selección y presentación de las noticias suponen un ejercicio permanente de manipulación. ¿Acaso es más veraz la información que dan esas cadenas sobre los partidos y las instituciones que la telebasura en la que se comercia con la intimidad para ganar audiencia?

Similar crítica se puede realizar sobre una buena parte de la prensa escrita que no se cansa de glosar las hazañas del Gobierno y presentar a Rajoy como un superhombre. Y todo ello remunerado por el poder que recompensa generosamente a quienes se prestan al juego.

La mentira se ha convertido en algo consustancial a una información en la que se hurta el contexto y se realza lo fragmentario mientras los poderes públicos y los partidos disponen de eficientes maquinarias de manipulación y propaganda que provocarían la envidia de Goebbels.

Como escribía Guy Débord, la verdad se ha convertido en un momento de lo falso de suerte que es imposible distinguir entre lo uno y lo otro en la apoteosis del gran espectáculo mediático en el que todos somos protagonistas, aunque sólo sea durante cinco minutos.

Quien quiera entender algo del mundo en el que vivimos que apague su móvil y se distancie de toda esta algarabía que ha convertido la información en mercancía. Ya lo decía Marx y tenía mucha razón.