• Sala de columnas
  • Manuel Jabois

20 de abril del 90

Cuando se le pregunta en sesión de control, Mariano Rajoy se levanta abrochándose el botón de la chaqueta. Es un gesto instintivo con el que Rajoy, como Santiago, cierra España. El presidente se levanta de su asiento con el país abrochado. En ese momento uno ha de fijarse no en él, que va a hablar de la crisis como del Descubrimiento, una cosa de hace cinco siglos, sino en sus diputados. Justo detrás hay una pareja en expectativa, la formada por Francisco Hernando y Alfonso Alonso. Se saben en directo como esa parte del público de Roland Garros que enfocan cuando Nadal saca (de hecho, Hernando lleva moralmente una visera de BNP Paribas). Los dos ríen al mismo tiempo mirando al frente, como si les hubiesen dado cuerda. Es tal la compenetración que se los imagina uno ensayando los lunes con sparring. Acabaría ahí la cosa si no fuese porque detrás de la pareja emergen las cabezas de González Pons y Carlos Floriano. La bancada del PP en esas dos filas verticales, desde que arranca con Soraya y Rajoy, es un in crescendo en el que da vértigo subir la mirada; es como pasar de fase en el Ghosts’n Goblins. Pons y Floriano, más sueltos, intercambian confidencias y musitan misterios. Desde la otra esquina, Moragas los mira con envidia; Moragas, desde que lo mandó callar Letizia en Buenos Aires, no abre la boca en los saraos. Si se le pregunta algo, encoge los hombros con frustración, como Cristina en los juzgados, y entonces es peor. El comportamiento de Moragas en los últimos tiempos es porque no sabe qué hacer para no perjudicar a la Casa.

Cuando es Soraya Sáenz de Santamaría la que habla, los diputados no relajan un músculo. La carrera por la sucesión es fácil de adivinar en el Parlamento. Montoro se inclina hacia delante en su escaño, como si le llevase el estandarte a la vicepresidenta. Morenés, manos cruzadas, ensaya un hieratismo feroz: dan ganas de acercarle una vela. Gallardón gesticula, husmea y mira despacio a todos, incluso a los gorditos, pendiente de que nadie vuelva a enseñarle las tetas a traición. Desde el trance, Gallardón pasa revista pectoral. Asocia sagrado a desnudez, y el problema de conciencia es enorme porque es como mezclar a Helmut Newton con el sexto mandamiento. Soraya Sáenz de Santamaría lo que hizo fue pelearse con Soraya Rodríguez por ver quién llevaba más democracia a Castilla-La Mancha; como resultado del debate, quedó instaurada una especie de metademocracia allí, una democracia que dialoga consigo misma y que va a volver loca a Cospedal, que sólo quería apañar tres diputados.

La sesión empezó con una reclamación de Cayo Lara: comisión de investigación del saqueo de las cajas. Rajoy, que escucha a los diputados imaginándoselos con camisetas de fútbol, le contestó que el día estaba abriendo. Cayo montó en cólera y le llamó encubridor político de la mayor estafa en democracia. Rajoy reaccionó como si le hubieran pitado una falta injusta y se alejó a su puesto dando cabezaditas como Sergio Ramos. Aguantar estas sesiones a Rajoy le está costando varios montajes de La vida es bella. A veces, si la bronca crece, amaga con el gesto de los italianos de ma che cosa! La oposición aún no ha entendido que si Rajoy ha sobrevivido al amigo al que confió la caja fuerte, qué van a hacer ellos que no pueden entrar ni en la sede. Su grado de impermeabilidad está alcanzando niveles históricos: ahora mismo se dirige hacia él un avión y le dice número de pista. A Rubalcaba le reprochó incluso que no pensase igual sobre el aborto que hace 30 años. Con este tema, el PP lleva a rajatabla el 20 de abril del 90, hola chata cómo estás. «Usted entonces defendía la ley de supuestos y ahora, la ley de plazos», dijo Rajoy. Con lo fácil que era bajar la mirada a los papeles y comprobar la de cosas que pueden cambiar entre 2011 y 2012, miró al frente y se sorprendió de que Rubalcaba ya no corriese los 100 metros. «Yo le hacía en el tartán», musitó. Rubalcaba, desangelado, dejó encargada a su Soraya otra comisión de investigación, ésta sobre Ceuta. Era la segunda en menos de media hora y sus señorías, alucinadas, salieron en tropel a desayunar.