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  • Manuel Jabois

Levántate y anda, Alfredo

A veces Rajoy, en momentos de incertidumbre existencial, no se pone corbata. Ocurre los fines de semana en actos del partido o romerías con pulpo; tampoco vota con ella. Se trata de una imagen de relajación o perroflautismo burgués con la que Rajoy decreta que está en paz; acompaña una camisa blanca con americanas de colores claros, mayormente beige pastel, y a tirar millas con el viento de cara por la Ruta 66 en el asiento trasero del coche oficial.

El sábado, sin embargo, entró en la Convención con la corbata atada del cuello como señal admonitoria; parecía un pañuelo veneciano. No sólo eso: iba escoltado por Javier Dorado, el jefe de Nuevas Generaciones que criticó la reforma del aborto. Los dos gallegos subieron unas escaleras en las que se había organizado una escenografía que exigía la presencia de un chico de NNGG en cada peldaño, una idea que se le escapó a Hitchcock en la escalera del campanario de Vértigo (James Stewart, en plena persecución a Kim Novak, mirando de reojo a Ángel Carromero).

Tras esa presentación inquietante, sólo faltaba ver cómo iba Rajoy a llenar de contenido la cita. Cómo iba a sortear las ausencias llamativas y esa fragilidad interna que los suyos, a sus espaldas, admitían a regañadientes. Al fin y al cabo, en el homenaje a las víctimas del terrorismo Rajoy ocupó un lugar en la tramoya, con su figura proyectada como albacea de la memoria, pero no habló ni trasladó más mensaje que el músculo emocional. Todavía coleaba la frase de Cospedal de que «el PP o la nada», la confirmación de que cuando sales de Génova sólo hay vicio. Esa connotación sartriana en la cita que se pronunció el viernes pudo provocar que Rajoy decidiera ponerse corbata; la sensación repentina de que fuera de casa están todos como cabras.

Por fin ayer, ante un auditorio lleno, se entendió el sentido definitivo de ocupar Valladolid. Rajoy clausuró la cumbre con la impresión de que después había que ir corriendo a un after. En la buena dirección, el lema elegido por el PP para autoafirmarse delante del espejo como la madrastra zumbada, estaba pensado en el PSOE: no hay mejor rumbo que remar hacia el enemigo. Rajoy ha hecho de «los otros» un sintagma básico en su discurso, utilizado para atribuirles males y herencias: los enfoca primero para luego, despiadado, agitar el farol frente a los suyos y decirles que es fuera del casón de Nicole Kidman y los niños iniesta donde está la amenaza; el infierno siempre son los otros.

En política se vive de la tensión, como le cuchicheó Zapatero a Gabilondo para escándalo de biempensantes. Siempre hay un poco de odio que repartir y es bueno tenerlo fuera; si la situación se relaja empieza a esparcirse en casa. Rajoy lo que hizo ayer fue resucitar dramáticamente al PSOE. Levantarlo de la lona, ponerlo en vertical, limpiarle la carita y decirle a los suyos resignado: «No vamos a encontrar nada mejor». Tenía razón Rubalcaba: el PSOE ha vuelto. Lo ha traído Rajoy. Con fines terapéuticos.