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EL MUNDO necesario

El fin del periodismo es como el fin de la Historia, una estupidez. Nunca hubo en la Historia tantas publicaciones y tan libres como ahora, cuando la actualidad es el salvaje Oeste con pistolas en forma de teléfono móvil. Los periódicos, sea en el soporte que sea, siguen siendo imprescindibles en la democracia y en la vida.

Hacen falta muchos años –en este caso más de 20– para que un periódico se convierta en una institución, un hecho social, una manera de empezar el día. Y más ahora, cuando amanece, que no es poco. Si en el presente o en el futuro, o en otro planeta, alguien quiere saber lo que pasó en España desde los últimos años de un siglo y hasta los primeros del otro, no tendrá más remedio que consultar EL MUNDO. Porque este diario no se calló nunca, ni ante el crimen de Estado, ni ante la corrupción de la mayoría de socialdemócratas, ni ante los papeles del dinero B de la mayoría conservadora.

Sabía que si el perro que trae el periódico en la boca molesta demasiado al perrazo que lleva el BOE en la boca, éste acaba comiéndose al pequeño. O no, que dudará el gallego.

Me dijo anteayer Pedro J. Ramírez con el pie en el estribo: «Los problemas que hemos tenido no han sido nunca por mentir, sino por decir la verdad». La odiosidad gigantesca que rodea al diario es lógica, cuando ha descubierto asuntos que afectaban al Rey, a los presidentes del Gobierno, al partido de la derecha, al de la socialdemocracia, al jefe de la madera o al de los espías, a los hijos del nacionalismo o al padre de Neymar. Esta bitácora del Foro abrazó su época y publicó siempre lo que estaba oculto y alguien quería que no se supiese.

Jean Paul Sartre, el gusano de la conciencia, criticaba la indiferencia de Flaubert ante la Comuna. «Considero a Flaubert –comenta en Tiempos Modernos– responsable de la represión que siguió a la Comuna porque no escribió una sola palabra para impedirla». En periodismo cada palabra tiene repercusión y cada silencio también. Mientras se distribuían en los quioscos silencios en forma de crónicas, y llamaban amarilla a la cal viva, EL MUNDO sólo se calló lo imprescindible y siempre se quedó corto. Como me dijo el otro día un gran hombre de Estado: «Es el periódico más necesario, sobre todo ahora que hay poca elección entre las manzanas podridas».

A pesar de la boutade de Tom Wolfe, según la cual un joven hoy se enfrenta al descrédito si sus amigos lo enganchan comprando un periódico de papel, el periódico de papel es el núcleo que expande toda la energía noticiable en la radio, la televisión y la Red. Sin esa levadura habría que aderezar otra; quizás sin publicaciones rigurosas ese vacío lo llenaría cualquiera.

Digan lo que digan, EL MUNDO nunca ha sido un contrapoder. Los periodistas que tenemos el honor de trabajar aquí hemos seguido, consciente o inconscientemente, la táctica de Kapuscinski: «No pisar las cucarachas, sino encender la luz para que los ciudadanos vean cómo las cucarachas corren a esconderse».