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En secreto y en privado

Oscar Wilde les reprochaba a las máquinas de escribir que no le aplaudieran cuando terminaba un buen texto. Los catalanes somos también unos yonquis del reconocimiento. Mas no quiere la independencia de Cataluña: quiere que España nos entienda y nos dé la razón. Lo que subyace en el fondo del «España nos roba» no es el montante, sino la falta de amor. Mas no quiere la independencia, sino que España le posea con ternura. El sábado le reprochó a Rajoy que no nos «mimara», que no nos «cuidara» y que no nos reconociera el esfuerzo y el liderazgo para salir de la crisis.

Mas quiere que Rajoy le acaricie y le llame «papi» mientras dulcemente le toma. «Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal. ¿Dónde queda tu oficina para irte a buscar?». Para contentar a Mas, y a buena parte de los independentistas de última hora, bastaría con que Rajoy les organizara un acto de adhesión y homenaje, loara sus virtudes, hablara en catalán un rato, y luego les llevara a cenar a un restaurante romántico.

Pujol también era un sentimental, y también quería afecto, pero como princesa era más pragmática y, si su chulo de turno –Suárez, Felipe o Aznar– no le hacía regalos, le montaba unos pollos de mucho cuidado.

Nuestra actual princesa es más pura, más virginal, y, aunque con el pacto fiscal parecía reclamar dinero, lo que en el fondo quería y quiere es un caballero que le dé apellido y que la haga sentir mujer.

Convergència no quiere independizarse, no quiere librar la batalla y ganarla. La doble pregunta que Mas pactó para la consulta es tan absurda porque no existe en Cataluña –materialmente no existe– una mayoría parlamentaria para acordar una pregunta clara y decente como la escocesa. Lo que quiere CiU es que España, tanto sus gobernantes como sus ciudadanos, nos aclamen y nos adoren. La independencia la planteamos como la mujer despechada, pero enamorada, que amenaza con marcharse de casa cuando en realidad sueña con que su marido llegue hoy del trabajo y le diga: «Nena, arréglate que he comprado dos entradas para ir esta noche al teatro».

Si Cataluña quisiera la independencia ya la tendría, porque ni los catalanes somos tan ineptos para tardar 300 años –según la contabilidad soberanista– en separarnos de España. Lo que pasa es que ni queremos pagar el precio de una violencia tan descomunal –violencia política, violencia física y violencia moral– como la que la secesión sin duda requeriría; ni deseamos en el fondo separarnos, y lo que en verdad queremos es mirarnos en el espejo de España y que nos diga que somos la más guapa. Lo que Mas necesita es que Rajoy le abrace y le susurre al oído las bellas palabras de los amantes.

Si Rajoy le hiciera la escena de Leo di Caprio a Kate Winslet/Mas, la de la proa del Titanic, hallaríamos al instante el famoso encaje de Cataluña en España. O más bien el de España en Cataluña, dado que Rajoy es el que estaría detrás.

Supongo que nadie se habrá creído que Mas es independentista. Mas es una adolescente de casa buena a la que el chico que le gusta le está dando calabazas. Su consulta es su anorexia y su bulimia, su intento a la desesperada de que su príncipe le haga caso.

Por eso insiste tanto en verse con Rajoy en secreto y en privado.