LUIS GARICANO London School of Economics

«Hay que decidir si queremos ser Dinamarca o Venezuela»

El economista presenta su último libro y teme que «la ventana que había para el momento reformista se haya cerrado ya»

Luis Garicano lleva una crisis entera enfadando a mucha gente. Pide en voz alta reformas profundas, valentía, modernidad y responsabilidad. Irritó al Ejecutivo de Zapatero y aún más al de Rajoy, que no ha perdonado las críticas. Invitado por la Fundación Rafael del Pino tras la publicación de El dilema de España, cree que estamos en un momento crítico.

Pregunta.- ¿Cuál es el dilema de España?

Respuesta.- España tiene que decidir qué tipo de país quiere ser. Uno en el que las reglas se cumplen, en el que la economía de mercado remunera al que tiene buenas ideas y al que trabaja; o si quiere ser un país en el que se hace rico el que tiene buenos contactos, amiguetes y las reglas no se cumplen. España tiene que decidir si quiere ser Dinamarca o acabar como Argentina o Venezuela.

P.-¿No podemos seguir como hasta ahora con algo intermedio?

R.- Hay una deriva institucional que nos pone en una encrucijada. Estamos en una situación un poco rara, que tiene que ver con la burbuja y el daño a las instituciones en esos años del todo vale, en el que uno, hasta que no está condenado en firme, no tiene que dimitir. El mensaje del libro es que la burbuja ha dañado las instituciones y el capital humano. Y hay que remediarlo.

P.- Ustedataca las explicaciones culturalistas sobre España.

R.- La cosa más positiva de España ha sido la prohibición de fumar y la conducción. Ahora vas por las carreteras de entrada a Madrid y todos van a 100 km/h. Y hace 10 años era la jungla, parecía que éramos salvajes, pero no, los españoles saben conducir con cuidado perfectamente. La mortalidad se ha resuelto con el carnet de puntos. Los españoles son como todos los demás, no hay diferencias genéticas, no somos más chorizos, de esto estoy seguro. Si hay consecuencias por no cumplir unas normas claras, predecibles y para todos, se cumplen.

P.- Pero los políticos no quieren hacer los cambios necesarios.

R.-No, porque a corto plazo quieren un sistema cómodo, en el que se puedan desenvolver. Cuento en el libro el caso de Industria, con el ministerio pidiendo a las empresas que cambien los precios para que no se refleje en el IPC. Eso no es un mercado. Si le pides a las empresas que se pongan de acuerdo para fijar unos precios ahora luego no puedes protestar si lo hacen.

P.- ¿Cómo se logra que esas élites hagan lo que no quieren hacer?

R.-Hay un primer paso: el sistema de partidos debe cambiarse, ser mucho más abierto y transparente. La economía no puede funcionar si el sistema político no funciona. No puede ser que la cúpula del partido elija a cada concejal de cada ayuntamiento porque así todos obedecen a la jerarquía y ni se pueden rendir ni pedir cuentas.

P.- ¿Se puede hablar de «élites extractivas»? Acemoglu y Robinson no pensaban en países desarrollados.

R.- Por suerte, hay una clase política muy amplia en la que hay de todo. La gobernanza del sistema financiero, tras las reformas, ha mejorado enormemente. No hay instituciones financieras, creo que ninguna, en la que haya gente al frente haciéndose de oro o dando préstamos al constructor amigo, etc. Eso ha cambiado. El sistema, en España, tiene capacidad de regeneración. No somos Venezuela. Pero hay un peligro indudable de que vayamos en esa dirección.

P.- ¿Dónde ve impulso reformista?

R.- La persona que ha hecho más y ha tenido más el valor y las ganas de hacer cambios ha sido Luis de Guindos, eso es indudable. La reforma financiera fue un poco precipitada al inicio, pero dado el gigantesco poder político que tenía Bankia quizás tampoco se podía hacer de otra forma. Hay en Economía un intento. No es de sobresaliente ni notable alto, pero es un esfuerzo reformista.

P.- Lleva 20 años fuera, ¿por qué cree que su diagnóstico es acertado?

R.- La gente, en España, cree que la economía de mercado es la ley del más fuerte. Y sabemos que no es así, que hay economías de mercado muy exitosas con mucha competitividad. Como Holanda o Dinamarca u otros países. Pero tienen una mayor capacidad de mejorar y de regeneración, instituciones que ponen una red para todos y que hacen que no crean que hay que buscar un pelotazo. ¿Por qué no el trabajo de día a día, de hormiguita, de hacer poco a poco mejores universidades? Preferimos el pelotazo, la búsqueda constante del gran evento desde 1992. Si estás todo el día metido en ese sistema, te termina pareciendo lo normal.

P.- Dice en el libro que básicamente hay que reformarlo todo.

R.- Hay que reformarlo todo menos la Monarquía y el perímetro de España. Esas dos cosas, si las cambiamos, podemos abrir un proceso en el que no sabemos dónde vamos a terminar. La experiencia de la Primera y de la Segunda República dice que los españoles somos muy autodestructivos. Empezamos con Cataluña, seguimos con el País Vasco y vete a saber. El perímetro es muy delicado. Hay que conseguir un sistema autonómico que funcione.

P.- «Somos autodestructivos» es una explicación culturalista.

R.- Tiene razón. Hemos tenido una historia de autodestrucción. Guerras civiles en el XIX, en el XX. Y en lo peor de la peor de las crisis nos hemos inventado un problema gigante, que es el de Cataluña. Cuando España lo que necesita es regenerar, tratar de reorientar su impulso en la misma dirección, lo que ha ocurrido es que hay una alianza transversal de regeneracionistas y cavernícolas a favor de la independencia. En vez de una alianza entre toda la sociedad española más abierta, moderna e internacionalizada. Tenemos que aprender a gestionar la situación, porque estamos condenados a la interdependencia, no hay otra.