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  • Manuel Jabois

Versus

En el vocabulario con el que se construyen las bases de la nación, a veces de tal manera que llegan hasta el tejado, una palabra tan administrativa como marco tiene connotaciones épicas. Uno de los éxitos del nacionalismo consiste en hacer parecer un café con leche en el banquete de Vatel en Chantilly, y dos preguntas a la población en la batalla de Saratoga. Ese paisaje tan próximo al delirio tiene en el marco un componente esencial, por eso se ha hecho pública la consulta el mismo día en que se afirma académicamente (la Generalitat ya sólo subvenciona afirmaciones) que España está contra Cataluña; el efecto causado es el de enseñar un parte de maltrato y preguntar al niño si se quiere ir con mamá o con papá.

Tanto tiene si el parte está falsificado o no. Quien asienta el mito sobre una derrota ha de dar la impresión de una derrota continua motivada por el poder del otro, aún cuando el otro le haya entregado todas las armas, incluida la nuclear, que es la educación. Están en las ventanas de sus despachos oficiales, rodeados de un ejército de Mossos, gritando «¡dejad de pisotearnos!» a un señor que quiere educar a su hijo en castellano. Y sin embargo, pese a las disposiciones que han convertido a Cataluña en una nación de facto, se impone el discurso de la opresión. No sólo «no nos quieren», dicen con el mayor número de competencias asumidas, sino que «nos roban»; un lugar en el que, como dice Xavier Colás, negar el reparto de dinero entre los que menos tienen es señal de progresismo.

Es mérito suyo haber convertido España en algo ajeno a los españoles, como acaba de hacer el Gobierno con su ley de ofensas. Consecuencia todo ello de una habilidad funambulesca: la de no querer saber qué hay delante de ese número ruidoso de españoles que les odian. La de evitar a los millones de españoles que quieren a Cataluña; la de no contagiarse con los que extienden la mano y aportan razones para la discusión, tachados en la primera adversativa. No interesa que se sepa de ellos porque quieren independizarse de algo que no existe; de un país que han inventado para consumo propio, como el suyo. La perversión final del lenguaje: España como Inquisición. Odian desde 1714, pero no hacia adelante, sino hacia atrás.