El cariño de Rajoy

El presidente del Gobierno ha realizado unas declaraciones en las que transmite a las víctimas del terrorismo su afecto, cariño y solidaridad. Un afecto, cariño y solidaridad que sitúan a las víctimas como objeto de compasión, como seres merecedores de lástima y conmiseración, pero desprovistos de la simbología esencial que representan: la sociedad española atacada brutalmente durante décadas para imponer un proyecto político que pretende separar el País Vasco del resto de España, aniquilando o sometiendo al discrepante.

Todas y cada una de las víctimas de ETA han sido asesinadas para lograr ese propósito. Por eso, el afecto, el cariño y la solidaridad suenan a desistimiento, a arrinconamiento, a renuncia, a abandono de las reivindicaciones y de la concepción de las víctimas como referente ético y de resistencia colectiva de los españoles ante la intimidación del terrorismo. Los muertos ya no son patrimonio de todos, sólo lo son de sus familias, a las que el presidente les pasa la mano por el lomo y les da el abrazo del oso, tratando de asfixiar esa molesta exigencia de justicia y de derrota moral y política del terrorismo que no está dispuesto a garantizar. Ese cariño es una claudicación, una declaración de intenciones –o de no intenciones–; es la constatación del pago del precio por una paz incierta e indigna.

Sólo el cariño no es suficiente, es incluso ofensivo. Tras su inacción en Estrasburgo para evitar la derogación de la doctrina Parot, el presidente puede y debe ofrecer a las víctimas y a toda la sociedad otras iniciativas ineludibles y mucho más reconfortantes, además de eficaces y necesarias. Por ejemplo, puede promover la aplicación efectiva de la Ley de Partidos que contempla la ilegalización de las formaciones que no condenan el terrorismo; puede instar la investigación diligente de los casi 400 casos de asesinatos cometidos por ETA que aún están sin resolver; puede trabajar para contrarrestar el vergonzoso plan de paz y convivencia del Gobierno vasco, que equipara a víctimas y asesinos; puede aprobar esa iniciativa legislativa que elaboró su grupo parlamentario para permitir el voto de los exiliados del País Vasco por la presión terrorista, y que por razones misteriosas guarda celosamente en un cajón, o puede revocar la autorización aún vigente del Congreso a la negociación con ETA.

También puede desactivar el plan Nanclares, ideado para sacar de la cárcel antes de tiempo a terroristas que no colaboran con las autoridades, como exige la ley, y puede, simplemente, tener la voluntad de cumplir sus promesas y su programa electoral, o proponerse ser sincero y explicar lo que está haciendo, por qué y a dónde quiere llegar. Puede decirnos cuál cree que debe ser el fin –que no la derrota– de ETA, porque nos encaminamos a toda velocidad a un escenario de exculpación, olvido, legitimación y toma del poder. Quizás eso explica la mala conciencia y el intento de eludir responsabilidades con esas muestras de cariño tan culpables como estériles.

Ana Velasco Vidal-Abarca es directiva de Covite e hija de Jesús Velasco, asesinado por ETA, y de Ana María Vidal-Abarca, fundadora de la AVT.