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El chófer de ETA

Al hoy diputado de la CUP David Fernández se le conoce en Barcelona como el «chófer de ETA» porque durante muchos años fue enlace de Herri Batasuna en Cataluña y cuando venían Otegi y sus compinches era él quien les llevaba arriba y abajo y con él tenías que hablar si querías entrevistarles.

Ayer este hombre, que proviene del comunismo y del tenebroso entramado batasuno, llamó gánster a Rodrigo Rato, del que tengo la peor opinión. Él y Narcís Serra han causado los dos peores agujeros financieros de España: Bankia y Catalunya Caixa. Pero que un macarra con aires de matón se atreva a dar lecciones de dignidad es intolerable.

Si cualquiera de las abominables y estúpidas ideas del diputado Fernández llegaran algún día a aplicarse, cualquier idea de prosperidad fenecería al instante, la libertad más elemental sería pisoteada, la propiedad privada abolida y el sistema productivo materialmente destrozado. Por honda e impresentable que haya sido la actuación de Serra y Rato, y la desolación que nos han dejado, no es más que una broma al lado de la miseria económica y moral que sufriríamos si Fernández presidiera Cataluña. De las pocas personas en el mundo que no son nadie para llamar gánster a Rato, una de ellas es Fernández, con su pasado batasuno y su horizonte de aberración antisistema.

El Parlamento de Cataluña no es gran cosa ni su poder sirve para demasiado, pero si renuncia a la poca dignidad que tiene permitiendo los espectáculos de tan nefastos energúmenos, entonces su existencia dejará de tener cualquier tipo de sentido. Aunque sólo sea por lo hortera y desagradable que fue la zapatilla que le mostró a Rato –where have you gone, Mr. John Lobb, a nation turns it’s lonely eyes to you–, es evidente que está falto de cualquier tipo de razón.

En su lógica totalitaria es normal que estuviera en contra de la Guerra de Irak y que prefiriera que un tirano asesino continuara masacrando a su pueblo. Si Saddam hubiera venido a Barcelona tal vez también le habría hecho de chófer. En su dinámica criminal es perfectamente previsible que tanta simpatía sienta por el terrorismo palestino –como ha manifestado en ocasiones, siempre del modo más ridículo– y que negándole a Israel el derecho a defenderse le niegue el derecho a existir. Y una última cosa. Tuvo la bajeza de preguntar a Rato si «tenía miedo».

– «¿De usted?», le respondió Rato.

– «No, de la gente», aclaró.

Si a alguien tiene que tener miedo el pueblo de Cataluña, y cualquier otro pueblo, es a macarras que se hacen nuestros salvadores y a los apologetas de las ideologías que más devastación moral, ruina económica y muertos han causado. Miedo no, pánico.