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  • Raul del Pozo

Colección de embustes

Conocí a Alberto Rojas, un tipo castellano con empaque de duro, cazadora Robert Capa, medalla de Hemingway, hace 14 años. Era becario y vino a hacerme una entrevista. Después se ha convertido en un gran profesional del periodismo, se escapa a África, nos hace respirar el vaho del Mercado de Kitoga, con asesinos de gorro verde y chozas de cañizo. El otro día vino a verme al jardín de las picotas y le pregunté a bocajarro. «¿Qué has aprendido en estos 14 años?». Sin dudarlo contestó: «He aprendido que todo es mentira, especialmente el periodismo».

Para no incurrir en el coñazo de la enseñanza moral, no le repliqué que un reportero no debe sacar conclusiones apresuradas, para eso estamos los columnistas que , como él mismo explica, ya no nos molestamos en levantar un teléfono. Las lecciones las dan los hechos, según Kipling, al que tanto admira.

El reportero del Imperio Británico comentó que a un escritor se le puede permitir la fábula, pero no la moraleja, aunque él mismo incurre en ella al aconsejar que, aunque todo sea mentira, no hay que responder con engaños. Unas horas después RamónEscohotado, que acaba de publicar Los enemigos del comercio, ha comentado: «la memoria histórica es una colección de embustes». El sabio incide en el vicio de aderezar máximas. Quizás tenga razón y la historia de España siga siendo la de un odio necrófago, una reyerta entre buenos que se devoran por ideas que ni siquiera se ha demostrado que sean ciertas, o por lo menos científicas, como aseguraba uno de los bandos.

Las imputaciones entre partidos, llamándose unos a otros embusteros y corruptos, acusándose de utilizar las injurias en la lucha política, de mentir y responder con ultrajes, suelen terminar con la siguiente ofrenda bárbara: meto la mano en el fuego por este compañero de secta. Felipe González metió la mano en la lumbre por Maleni, Rubalcaba por Blanco, Zoido por Arenas, Fernández Díaz las dos manos por Mariano Rajoy.

Tal vez tengan razón Alberto Rojas y Ramón Escohotado y todos los que se ofrecen a someterse a la tortura para demostrar la veracidad de su juramento sean unos farsantes; no se juegan como en el pasado la ordalía de meter la mano en el agua hirviendo, o morir de repente en el templo, si mentían. Desdichadamente, esto es una democracia de embustes, pero que dure; aún la autoridad no es un rifle como en el Mercado de Kitoga. Pensó el oráculo florentino que también recurría a la moraleja: «Si se me escapa una verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras que es difícil reconocerla».