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  • Arcadi Espada

Nazi

YO debería estar particularmente interesado en el propósito del diputado nacionalista Xuclá, que quiere castigar el uso inadecuado del adjetivo nazi. Ya sé que para él lo inadecuado es llamar nazis a nacionalistas catalanes; pero a mí, francamente, me iría bien. Hay una notable cantidad de personas o de meros aspirantes que me han llamado nazi. Desde padres con hijos enfermos hasta partidarios del chófer Fernando Alonso, pasando por las formas más desarrolladas de nacionalistas catalanes. Y ya no hablemos de las que han preferido franquista, término que forma parte del vocabulario político habitual de muchos miembros del partido del diputado Xuclá. Pero un columnista tiene que trascender bravamente el yo: lo demás es corrupción. La propuesta del diputado Xuclá que hoy se vota es un error, por esto, por esto y por esto.

Para empezar está la lógica. Para decirlo en las precisas palabras que empleó una vez Félix Ovejero, «una semejanza de relaciones no es una relación de semejanza». Adolf Hitler y Artur Mas tienen varias cosas en común. El oficio de la política. El nacionalismo. Una determinada concepción de la lengua. El volksgeist. Comparar a Mas con Hitler, y señalar sus semejanzas, no solo es posible sino que es conveniente. No toda comparación de esa naturaleza tiene que acabar en Auschwitz.

Luego está la metáfora. No veo dónde está descrito el privilegio de que nazi sea la única palabra del idioma que solo pueda emplearse en sentido recto. Aviso al diputado Xuclá de los problemas que puede ocasionar su propuesta a la prensa deportiva catalana, muy aficionada al genocidio por cualquier goleada al Getafe. Incluso en un deporte tan elegante y pacífico como el tenis yo leí una vez en ella Holocausto de Lendl y Vilas, raquetazo.

Por último está la teoría y práctica de la recepción. El insulto es patrimonio del que lo recibe. Una vez, donde Herrera, me pasé media tertulia llamándole comunista a uno y el hombre, feliz, cada vez pedía más. Depende, Xuclá, depende.

Para nazi basta el desarrollo de la ley de Godwin, que sostiene que cualquiera que introduce el animalito en una discusión la pierde de modo automático. Y sobre todo basta educar a los niños en la desmitificación del adjetivo, aplicando la inmortal sentencia stendhaliana: «Muestre y no declare». Esa instrucción estilística y ética, tan ajena a la política.