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  • Federico Jimenez Losantos

La mayoría muda

UNO CREÍA que las referencias a las «mayorías silenciosas» estaban pasadas de moda desde la caída de Nixon, pero se ve que en la ropavejería exculpatoria del Gobierno ni se pone el sol ni se pone el reloj. Soraya Sáenz de Santamaría, en ese estilo botellense de tropezones sintácticos que a modo de bronceado ha traído del verano, ha dicho a propósito del alarde separatista en la Diada que el Gobierno escucha a todos, «a los que salen a la calle y a las mayorías silenciosas que se quedan en casa». Pero lo cierto es que los separatistas catalanes dirigidos, financiados y organizados por la Generalidad no han salido de paseo, sino de conquista: la Brigada del taca-taca –Lluis Llach, Portabella y Rovireche– ha invadido Castellón y hasta ha tomado Vinaroz. Pero con quien trata el Gobierno que vicepreside Soraya es con los ruidosos enemigos de España mientras que a los silenciados por la horda separatista los tiene encerrados en el cuarto de los ratones, para que sus gemidos no estorben los «encuentros discretos» con Artur Mas.

Pero de discretos, nada. Esa diplomacia de la mordaza que Rajoy emplea con el PNV o CiU supone una burla descarada del Parlamento y alumbra fúnebremente la auténtica mayoría silenciosa del pueblo, que no es la Cataluña asustada por los separatistas sino la muda mayoría absoluta del PP que alfombra los discreteos del PP y CiU. En Cataluña no hay una mayoría silenciosa, sino una parte aterrada que no comparte las cadenas ni las antorchas del separatismo pero que ve cómo la inmensa máquina totalitaria del separatismo los confina en sus casas y los reduce al silencio, confiada en su impunidad y sabedora de que, al final, con quien habla el Mudito de la Moncloa no es con el falso Martin Luther King sino con el auténtico Ku-Kux-Klan.

La mayoría silenciosa en España no es la que calla sino la que no se quiere oír. La que desearía que la muda mayoría absoluta del PP alzara la voz e hiciera algo en defensa de la España silenciada por el separatismo. La que observa, silenciosamente espantada, como toda traición tiene recompensa y toda fidelidad castigo a manos de un Gobierno votado por los ciudadanos para enmendar la herencia de Zapatero, no para prorrogarla. Sin embargo, estamos en plena prórroga y le importamos un pito al árbitro.