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E n efecto: «Rajoy no puede seguir de brazos cruzados»

SIN LA menor falta de pudor, la Generalitat que preside Artur Mas puso ayer todas las instituciones catalanas al servicio del independentismo. Los mossos d’Escuadra, TV3, los ayuntamientos gobernados por ERC y CiU, las autovías y el transporte público se convirtieron en instrumento de propaganda de un nacionalismo que identifica Cataluña con sus propios intereses.

La cadena humana que enlazaba la ribera del Ebro con la frontera pirenaica fue un gran acto de exaltación de un nacionalismo fanático que, en perjuicio de los ciudadanos de esa comunidad, recurre a los métodos del totalitarismo para avanzar hacia una independencia que se sustenta en un permanente victimismo y en la presentación de España como una nación opresora. Ese fue el discurso de Carme Forcadell, presidenta de la Asamblea Nacional de Cataluña, que afirmó que la única alternativa era elegir entre «la independencia o la desaparición». No se puede ser más reduccionista de la condición humana.

Como subrayamos en nuestra portada, el nacionalismo encadenó a los ciudadanos catalanes a unos mitos y una deriva que pueden conducir a una confrontación civil si quien puede impedirlo lo permite. Francesc Homs, mano derecha de Artur Mas, aseguró que «Rajoy ya no puede seguir de brazos cruzados» tras esta movilización. Efectivamente, estamos totalmente de acuerdo por una vez con sus palabras: Rajoy no debe permitir que se vuelva a repetir lo que sucedió ayer en Cataluña, que supone un desafío a la legalidad y una ofensa a todos los españoles. Como tampoco puede dejar impunes los actos de los grupúsculos extremistas que quemaron la bandera española y fotos del Rey en Barcelona o la salvaje e intolerable agresión ultraderechista a la librería Blanquerna en Madrid, exponente de la cultura catalana, que será utilizada sin duda para engrosar el memorial nacionalista de agravios.

La bola de nieve que está creciendo en Cataluña sólo se puede explicar por la dejación de responsabilidades del Gobierno de la nación, que ni con Zapatero ni con Rajoy ha hecho nada para que se cumplan las sentencias de los tribunales ni las leyes en materia de lengua, educación y símbolos, conculcadas sistemáticamente por la Generalitat. En lugar de dar una respuesta de firmeza a la política de hechos consumados del independentismo catalán, Rajoy está cometiendo el error de avenirse a una negociación secreta con Artur Mas, a seguir financiando la destrucción del Estado español y a mantener la ficción de que los nacionalistas son interlocutores respetables con los que se puede dialogar.

Vargas Llosa estuvo ayer acertadísimo al recordar las catástrofes que ha provocado el nacionalismo en el siglo XX y al afirmar que la civilización se basa en superar ese tribalismo que encarna y defiende Artur Mas para lograr su supervivencia política.

Es verdad que el PP, el PSC, Ciutadans y Unió no se sumaron ayer a esta cadena humana y que hay que relativizar su representatividad en el conjunto de la población de Cataluña. Pero sería un error minusvalorar la magnitud de un desafío que está creciendo en esa comunidad contra el Estado con los medios del Estado y que exige firmeza para acabar con la impunidad con la que actúan Artur Mas y sus cómplices separatistas.

Ojalá llegáramos a ser testigos algún día de «una Diada para todos», como propone Albert Rivera, lo que conecta con el espíritu de Luther King, que representa lo contrario de lo que hicieron ayer quienes participaron en este acto independentista.