Ángel Carromero ha decidido romper su silencio cuando se cumple un año de la muerte del líder opositor cubano Oswaldo Payá y de Harold Cepero. Es la primera entrevista que el político del PP de 27 años concede a un medio español desde que aquel fatídico 22 de julio el coche que conducía se estrellara en una carretera de Bayamo (Cuba). Ese día la voz del fundador del Movimiento Cristiano de Liberación y Premio Sajarov se apagó para siempre junto a la de su compañero. Los otros dos ocupantes –Carromero y el político sueco Aron Modig– salieron ilesos. Mucho se ha escrito sobre lo que ocurrió en aquella carretera secundaria. Él es el único testigo, el único que recuerda y ha decidido contar la «verdad».
Condenado por un tribunal cubano a cuatro años de prisión por homicidio involuntario, vive en régimen de semilibertad en España. Arrastra en su tobillo un grillete del siglo XXI. Éste es su tributo a la memoria del histórico disidente, porque es «lo que Oswaldo hubiera hecho» en su lugar.
Pregunta.– ¿Qué ocurrió aquel 22 de julio en Cuba?
Respuesta.–Nos dirigíamos a Santiago y ya nos habían seguido tres veces durante el trayecto. En Bayamo, un vehículo azul comienza a perseguirnos. Viene hostigándonos muy cerca. Tanto que pude ver los ojos del conductor por el retrovisor. Al ver el coche, Oswaldo me dice: «Son de la comunista por el color de la placa. Ángel, sigue como si nada».
P.–¿Acelera en ese momento para intentar escapar?
R.–Todo lo contrario. No queríamos darles una excusa para que nos dieran el alto. Además, era imposible ir deprisa, la carretera es muy sinuosa y está llena de socavones.
P.–¿Y qué ocurre después?
R.– El coche nos embiste por detrás y nos saca de la calzada. Yo pierdo el conocimiento. Lo siguiente que recuerdo es cómo unos hombres me meten en una furgoneta con puertas correderas, como las que usa la seguridad del Estado cubano, y les grito: «¡Joder, quiénes sois y qué cojones nos habéis hecho!». Luego vuelvo a perder el conocimiento. Creo que me dieron con una culata porque tengo una brecha en la cabeza.
P.–¿Salieron los dos disidentes cubanos vivos del accidente?
R.– Sí, estoy completamente seguro. Las enfermeras y un párroco me aseguran que en el hospital hemos ingresado los cuatro.
P.–¿Fue un impacto fuerte?
R.– Los cristales del coche no se rompen y ni Aron ni yo tenemos ninguna magulladura.
P.–Y si no fue un accidente, ¿cómo murió Oswaldo Payá?
R.– Los servicios secretos cubanos asesinaron a Oswaldo Payá. No era la primera vez que lo intentaban. Dos meses antes otro coche había hecho volcar su vehículo.
P.–¿Para qué viajó a Cuba?
R.–Fui a dar apoyo y dinero a la disidencia cubana. Les llevamos 8.000 euros, medicinas contra el cáncer e información de lo que pasa fuera de la isla. Y lo volvería a hacer.
P.–Entonces ¿por qué no le acusaron de un delito contra la seguridad del Estado?
R.– No lo hicieron por hacernos un favor. Fue porque les convenía. Era mucho más fácil utilizarme para enmascarar la muerte de Payá. Era un plan perfecto.
P.–¿Se cree un cabeza de turco?
R.– Absolutamente. Decir que se trató de un accidente e inculparme fue una coartada perfecta para ocultar la muerte del único opositor que podía liderar la transición democrática en Cuba. Yo sólo soy una víctima más del caso Payá.
P.–En ese caso, ¿por qué extraditarle a España y dejar cabos sueltos?
R.– Había ciertas expectativas de que no hablara, pero no funciono así.
P.–Tras el siniestro, ¿qué es lo primero que recuerda?
R.– Me despierto en la camilla de un hospital y hay un militar del Ministerio del Interior sentado a mi lado. Estoy tan aturdido que le cuento la verdad: que alguien nos perseguía y que nos ha echado de la carretera.
P.–¿Pudo hablar con alguno de los otros ocupantes del coche?
R.–Sí, con Aron. Recuerdo que le dije en inglés: «Dios mío, nos van a matar». Y él me contesta: «Probablemente sí». Me da los móviles de Oswaldo y Harold y los escondo. También me deja su iPhone, con el que llamo a España para avisar de lo que ha pasado. Luego nos separan.
P.–¿Le informan de la muerte de Payá y Cepero?
R.–No. Le pregunto a una enfermera y me dice que hemos ingresado los cuatro ocupantes del vehículo, después me dice que en el hospital estamos tres y más tarde que sólo los extranjeros. Luego me ponen una vía y me sedan.
P.–En la clínica firma una declaración donde dice que fue un accidente, ¿por qué lo hizo?
R.–Cuando me despierto, una cohorte de militares rodea mi cama y me graban con una cámara de vídeo. Uno de ellos empieza a darme bofetones. Luego un hombre, que se identifica como un perito, me dice: «Eres muy joven para quedarte aquí. No te va a pasar nada si dices que te caíste por un terraplén».
P.–¿Temió por su vida?
R.–Estaba seguro de que me iban a matar, por eso mandé un SMS de socorro en el que alerto de que estamos rodeados de militares. Luego me quitan los teléfonos.
P.–¿Por qué liberan tan pronto al político sueco?
R.– La embajadora de Suecia tardó 24 horas en ir a buscar a Aron, que desde aquel momento declaró no acordarse de nada. Yo sólo pude ver al cónsul general meses antes del juicio y nunca a solas. Siempre había un teniente coronel delante.
P.–Después le trasladan a una unidad militar de Bayamo, ¿qué ocurre durante todo ese tiempo?
R.– La cárcel es como en las películas: la orina encharca el suelo, los presos sacan las manos por las rejas para tocarme y hace un calor asfixiante. Estoy drogado y muy aturdido porque me dan sedantes. Me interrogan varias veces al día, incluso por la noche. Su obsesión es el tema político. Han visto en mi móvil fotos mías con Aznar y Cospedal y piensan que soy un peso pesado del PP o un agente de la CIA.
P.–¿De qué habla en estos interrogatorios?
R. –Me mantuve firme hasta el final. Nunca impliqué a nadie de mi partido, ni a nadie del Gobierno, ni les di la información que me pedían.
P.–Y aun así graba un vídeo en el que confiesa que todo fue un accidente...
R.–Pero, ¡cómo se puede creer esa declaración! Estaba leyendo un papel. ¿Cómo va un español a usar la expresión «accidente de tránsito»? Incluso se nota que estoy leyendo. Pero, ¿alguien creía lo que decían los cubanos? Ya no es una cuestión de ideologías, es por sentido común.
P.–Durante seis meses estuvo en una prisión cubana, ¿cómo fue la vida en la cárcel de 100 y Aldabó?
R.–Allí se la conoce como 100 y se acabó porque el que entra no sale. Las condiciones son inhumanas. Si me hubieran metido en una celda común habría muerto. Yo estaba en una especial junto a otro preso, que era un agente de la seguridad del Estado. Lo pasé tan mal que incluso pensé en suicidarme con una cuchilla de afeitar. Me sentí abandonado por todo el mundo.
P.–¿Sufrió torturas?
R.– Físicas no, pero sí psicológicas. Sólo me dejaban salir de la celda una vez cada tres semanas y me pusieron muchas vías. No sé lo que me inyectaban. Sólo hablaba con el militar que me traía la comida y, es cierto, el síndrome de Estocolmo existe.
P.–Pero sabemos que pudo hablar con su familia...
R.–Hablaba con mi madre y con mi mejor amigo por teléfono una vez al mes. Eso me salvó. Me dieron dos libros: 100 horas con Fidel y otro sobre el embargo a Cuba.
P.–¿Tuvo un juicio justo?
R.–En absoluto. La Fiscalía cubana fue fabricando las pruebas conforme avanzaba el proceso y la defensa no tuvo acceso ni al coche ni a ningún testigo. Fue una pantomima, los testigos llevaban las declaraciones escritas en la palma de la mano.
P.–Pero contó con un abogado español que coordinó su defensa...
R.–A mi abogado lo vi una vez el día antes del juicio y pude hablar con él a solas 60 segundos por el descuido de un coronel. En ese momento le dije: «Pepe, en España saben que no ha sido un accidente, ¿verdad?». Él me contestó que sí, pero que me mantuviera en la versión oficial y me aseguró que el Gobierno y mi partido estaban conmigo.
P.–La Fiscalía cubana basó toda la acusación en el exceso de velocidad.
R.–Imposible. Era una carretera mal asfaltada, con agujeros, curvas.
P.–¿Se considera buen conductor?
R.–Sí, la mayoría de las multas que tengo son de aparcamiento. Me quitaron los puntos del carné por ir hablando por el móvil y por superar en 10 kilómetros por hora el límite de velocidad en la A-3.
P.–¿Cómo fue la vuelta a España?
R.–En Cuba no tuve ningún contacto con el exterior. No tenía ni idea de todas las cosas horribles que se habían publicado sobre mí, incluido este periódico. No entendía nada porque soy inocente.
P.–¿Ha solicitado el indulto al Gobierno español?
R.–Carlos Payá pidió mi indulto en enero, y si un indulto tiene sentido es cuando la parte agraviada pide el perdón para el condenado. Es la propia familia del fallecido la que dice que soy inocente.
P.–¿Es cierto que el Kennedy Center de Washington va a pedir que su juicio se declare nulo?
R.– Sí. El director para los Derechos Humanos del Kennedy Center, Santiago Cantón, vino a verme a España para entrevistarse conmigo. También me he reunido con otras personalidades de EEUU.
P.–Usted y la familia reclaman una investigación internacional que esclarezca la muerte de Payá, ¿cree que va a prosperar?
R.–Sí, de hecho hay una carta firmada por senadores de Estados Unidos como John McCain o Marco Rubio en la que exigen a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos una investigación independiente. Además, se solicitará que mi juicio se declare nulo.
P.–Pero para que actúe la Justicia hacen falta pruebas...
R.–Durante este año la familia de Oswaldo ha recabado pruebas y testigos que va a presentar en una querella en la Audiencia Nacional, porque Oswaldo también tenía la nacionalidad española.
P.– ¿Hay mucha gente que prefiere que esté callado?
R.–Me pidieron que me quedara callado por patriotismo y que asumiera mi culpabilidad. Pero ya no es por mí, es para esclarecer la verdad de un asesinato de Estado.
P.– ¿Goza de un trato de favor?
R.– En absoluto. En la cárcel de Segovia no tuve ninguno. Comía y hacía lo mismo que los otros presos.
P.–Esperanza Aguirre ha hecho una defensa numantina de su caso.
R.–Esperanza está defendiendo la verdad. Se ha portado conmigo como una madre. Antes de todo esto no me había reunido nunca con ella, pero desde que me afilié al PP a los 16 años soy aguirrista.
P.–¿Cómo ha cambiado su vida?
R.–Se ha roto en mil pedazos. Tuve que cambiar de puesto de trabajo porque la oposición se cebó conmigo. He recibido anónimos con amenazas de muerte. En el metro voy con gorra y hay barrios de Madrid donde no puedo ir.
P.–¿Cuánto gana como consejero del grupo municipal popular?
R.–Gano 2.300 euros netos al mes, aunque no siempre he vivido de la política. Trabajé en El Corte Inglés mientras me sacaba la licenciatura de Derecho, he hecho un máster en Bolsa y hablo tres idiomas. Yo no tengo padrinos en el PP.
P.–¿Ha hablado con Rajoy o con García-Margallo de lo sucedido?
R.–No, pero he estado con Aguirre, Dolores de Cospedal, Ana Botella e Ignacio González.
P.–¿Cómo valora la gestión del Gobierno?
R.–Consiguieron traerme de vuelta y por eso les estoy agradecido.
>La versión de Ángel Carromero de su propia voz.