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Cal y arena

VAYA POR delante, ante todo, mi laudatio de la laudatio que ayer, en su habitual sabatina, dedicó Arcadi Espada al discurso de Rajoy. Había en ella, a mi juicio, exactitud y arrojo. Lo primero, porque también a mí, en contra de las encuestas, me pareció espléndido el discurso del presidente –no creo que en la alabanza de Arcadi mediase ironía–, y lo segundo, porque su artículo circulaba en sentido opuesto a la línea editorial de este periódico y a lo que en él han escrito muchos de sus columnistas. Rajoy, sin embargo, cometió un error de peso, inexplicable en hombre tan cauteloso, que podría costarle caro. Me refiero a la andanada de estribor, pues de babor no lo era, que lanzó contra EL MUNDO y, en definitiva, contra la persona que lo dirige. ¡Lástima que la brillantez de su comparecencia ante el Parlamento se haya visto empañada por ese golpe bajo! Pocos errores hay tan graves en el ejercicio de la democracia como el de zaherir, por espíritu de venganza o incluso en defensa propia, a quien se acoge, por su oficio, a la doble y sacrosanta libertad de opinión y de expresión. La respuesta de Pedro Jota no se ha hecho esperar. Si su denuncia de espionaje tiene fundamento y si se demuestra que la orden de fisgar viene de arriba –de Génova, de la Moncloa o del Gobierno–, y no, por rutina o exceso de celo, de cualesquier figurón o mindundi de los servicios de inteligencia o de las fuerzas de seguridad del Estado, se habrá metido usted, señor presidente, en un jardín de muy difícil salida, pues espiar a un periodista, ya sea en su vida privada, ya en la profesional, es pecado aún más grave que el de atacar verbalmente desde la más alta tribuna pública del país a un medio de información. ¡Ojalá, por el bien de todos, se demuestre que la sospecha de Pedro Jota es fruto de un espejismo motivado por el calor, pero dudo de que hombre tan fajado, avezado y placeado como él se deje cegar por el Hada Morgana! Quizá peque, eso sí, de optimismo antiorwelliano, pues sometidos a espionaje, en el Estado de Control sobrevenido tras la explosión nuclear de la electrónica y la informática, lo estamos, día y noche, dentro y fuera de nuestros domicilios, todos, desde la princesa altiva hasta el zapatero remendón. Nosotros, los de entonces, en los años del antifranquismo, decíamos siempre al final de las conversaciones telefónicas mantenidas con nuestros camaradas: «¡Mierda para el del magnetofón!»