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Referéndum con ‘seny’

EL JURISTA Francesc de Carreras se ha mostrado partidario en varias ocasiones de celebrar en Cataluña un referéndum sobre la independencia. Ayer insistía en el diario La Vanguardia. Carreras quiere darse la satisfacción de votar no. Un no bien gordo, parece que piensa, que cierre la boca por algunos años a los nacionalistas. Gordo, justificadamente gordo, porque Carreras está convencido de que la mayoría de los catalanes van a acompañarle en su postura: «Son tantos los argumentos para decir no a la independencia», dice, «que es imposible que una sociedad como la catalana, compuesta en su mayoría por personas razonables, escoja una vía que tanto la va a perjudicar.» El que Carreras ganase el referéndum no me parece un argumento imponente para convocarlo, aunque sea el argumento principal por el que todos los gobiernos, incluido el de Mr. Cameron, convocan referéndums. El referéndum no debe convocarse porque sería discriminatorio negar a una parte de los españoles el derecho a decidir sobre el futuro del Estado que llevan construyendo desde hace 35 años.

Es sorprendente que el jurista deje al margen ese principio básico, no sólo del Estado de Derecho, sino de la moralidad pública. Pero, con todo, aún es más sorprendente su fe en la razón y el sentido común de los ciudadanos catalanes. Si es ese el parámetro que debería tenerse en cuenta para decidir sobre la convocatoria no hay duda alguna de que no debería celebrarse, y en muchas décadas profilácticas. No es preciso entregarse a las especulaciones futuribles por lo que respecta al sentido común de los ciudadanos catalanes. El sentido común de los ciudadanos catalanes está perfectamente descrito en las tres décadas ininterrumpidas que llevan dando la mayoría política a gobiernos nacionalistas y que culminaron hace poco más de un año en la reválida de Artur Mas, después de que este llevara la bajeza intelectual y la agresión ética del nacionalismo hasta sus penúltimas consecuencias. Carreras, como tanta otra gente de dentro y de fuera, está anclado y absorto en un imaginario de Cataluña que si existió alguna vez lleva mucho tiempo desaparecido. A la vista de estos últimos años de la historia la hipótesis más compasiva que puede trazarse sobre el manoseado seny catalán es al mismo tiempo la más perturbadora. Para que una banda secuestre un pueblo ni siquiera es necesario que sea una banda de asesinos. Basta con chiflados.