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Marca España

SUPONGO que los portavoces del PP tienen conciencia y no ignoran la vergüenza que le causaron ayer al país. Supongo también que se sienten justificados: hicieron un sacrificio por su partido, por la estabilidad del Gobierno, por el bien de España y esas cosas. Que piensen lo que quieran. Resulta bochornoso que el presidente del Gobierno, y del PP, se niegue a explicarse ante el Parlamento (que representa, por mal que lo haga, a la ciudadanía) sobre las acusaciones de Luis Bárcenas. Que es un presunto delincuente, pero era también tesorero y gerente del PP, nombrado personalmente por Mariano Rajoy, y disponía hasta hace nada de un equipo de abogados costeados por el partido.

En días así, uno imploraría la nacionalidad canadiense. O, en su defecto, la de ese país maravilloso (también llamado España, pero muy distinto a España) del que habla La Razón.

Dado que es español el que no puede ser otra cosa, toca aguantarse. O recurrir a los efectos lisérgicos de la Marca España, accesibles a través de www.marcaespana.es: más narcótico que un Rajoy en plasma, más potente que una portada de Marhuenda, más adictivo que la pasta de los ERE bajo el solazo andaluz. Ya saben lo mal que va el país; entreténganse un rato viendo lo bien que va la marca, y las muchas razones que tiene el mundo para envidiarnos. En España nos cargamos el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), pero en la Marca España se convoca el programa Severo Ochoa para premiar la excelencia de los centros de investigación. En España hay niños mal alimentados, pero en la Marca España se organiza un concurso internacional de tapas para difundir el jamón ibérico. En España, las grandes constructoras financian ilegalmente a los partidos a cambio de contratos públicos, pero en la Marca España son empresas impecables. Y así todo.

La diplomacia socialista tenía como proyecto estelar la Alianza de Civilizaciones. La diplomacia del PP lo ha sustituido por la Marca España. ¿De verdad hay que gastar dinero en esas gilipolleces? ¿No nos bastaría con no hacer el ridículo en casos como el del viaje de Evo Morales?

Acaban de morir muy jóvenes el librero Jesús Robles, el editor Manuel Fernández Cuesta y la periodista Concha García Campoy, tres buenas personas que hicieron su trabajo de forma excelente. Personas como ellos, y no una marca, son la única España de la que puedo sentirme orgulloso.