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  • Pedro Cuartango

Santos y villanos

EL GÁNGSTER Monk Eastman fue encontrado sin vida con cinco balazos en las calles de Nueva York. Desconocedor feliz de la muerte, un gato de lo más ordinario lo rondaba con cierta perplejidad, escribe Borges en la Historia universal de la infamia.

No creo que Luis Bárcenas acabe como el legendario Eastman, pero sí es cierto que ha entrado ya en nuestra particular historia de la infamia. Es el malo, el felón, el traidor, el corrupto por antonomasia, hasta el punto de que Wyoming le ha hecho una estatua en su programa.

Cuando era niño, mi abuela me acostaba en la cama con estas misteriosas palabras: «que viene Japolo». Nunca supe quien era ese malvado personaje, pero ahora las abuelas podrían decir a sus nietos «que viene Bárcenas» o «que viene Luis El Cabrón», que daría todavía más miedo.

Los villanos son tan necesarios como los santos porque nos reconfortan con su ejemplo. Cuesta poco ser bueno si uno se compara con este paladar fino que exhibe sus millones bebiendo Moët Chandon y degustando foie de oca con trufas del Périgord.

Pero en general todos pasamos por alto un pequeño detalle: que si el ex tesorero del PP pagaba sobresueldos y fajos de dinero negro es porque alguien los cogía. Y si disponía de esos fondos es porque había empresas que le entregaban sacas de billetes que iban a la caja del partido.

Sí, Bárcenas es un villano, pero ha habido decenas de dirigentes del PP que besaban por donde pisaba tras sacar un buen rédito de sus componendas. Quienes cobraban 10.000 pavos al mes no pueden ahora escandalizarse de las fechorías del que les daba para ir a pescar salmones.

Me parece bien que el juez Ruz haya metido a Bárcenas a la cárcel y que pague si se demuestra su culpabilidad, pero lo esencial es que este hombre era un pieza más de un gigantesco engranaje de cohecho y de engaño. Jamás podría haber actuado de esa forma si no hubiera existido una red de complicidades que le amparaba.

Salvando las distancias, como sucedió en el desfalco de Bankia, la conducta de Bárcenas sólo puede ser entendida dentro del contexto general de corrupción de las instituciones de este país. Ensañarse con él, como están haciendo sus antiguos compañeros de partido, es un acto de hipocresía si no se reflexiona antes sobre por qué han sucedido las cosas. Bárcenas es el efecto, pero no la causa, aunque el PP nos quiera hacer creer lo contrario. Como dice el proverbio chino, resulta una necedad fijarse en el dedo y no en el lugar al que apunta.