• Sala de columnas
  • Antonio Lucas

El empollón

El ministro José Ignacio Wert parece ir por la vida como uno de esos tertulianos frívolos e inflamables que sueltan incandescencias por los platós a ver si les crece el Twitter. El último chispazo lo dio ayer en TVE sugiriendo que un universitario que no llegue al 6,5 de nota media debería plantearse dejar o cambiar los estudios porque, principalmente, no tendrá derecho a beca si la necesita. El fondo del asunto es atroz. Perverso. Mucho peor que agarrar el sintagma «golpismo universitario», dejarlo caer aquí, en la columna, y esperar a lo que venga. Más o menos a la manera alegre de Wert, pero haciendo menos daño.

El respeto a la educación pública y la obligación de preservar el derecho a su acceso es otra de las reglas democráticas que están siendo sometidas a una demolición controlada. Diríamos, en homenaje a Mandela, que la medida del ministro establece un apartheid académico que no puede ser casual, pues se van a joder no los que no alcancen el 6,5, sino los que no puedan pagarse el no llegar a la nota por los motivos que sean. Eso lo propone el ministro de un Gobierno que ha forzado a algunos de los mejores licenciados de este dudoso país al fabuloso mundo de la «movilidad exterior» (hallazgo de su compi Iluminada Báñez), como si los huidos de alto expediente estuviesen en Mallorca de balconing con un tanga por manguito.

Wert, tan propenso al starlettismo, ha encontrado por fin la bomba de relojería que iba buscando en sus apariciones: la segregación entre quienes pueden financiarse la carrera desde el cinco pelao y la puta calle de quienes se tengan que retirar de los estudios con un 6,4, por insolventes. Está disimulando la discriminación con esa cursilada de la excelencia. Pero en el fondo ruge el rencor académico que impulsa a algunos empollones, según se reconoció en este periódico el ministro/tertuliano. Algo así como un ajuste de cuentas del Pepito Grillo de turno, de los que creen en la enseñanza como negocio y apostolado. Pues lo de la formación y la igualdad de oportunidades les parece cosa de clases medias y sólo genera Ni-Nis. Por cierto, Ni-Nis que votan.

Este nuevo zafarrancho de combate con el que inaugura el verano el peor valorado del Ejecutivo es, aún, más infame e injusto que el show que ha dado en la cartera de Cultura. Al final, con asuntos así, uno se pregunta de qué sirve un ministro de Educación (y de lo otro) como JIW. Quizá, a la manera de los tertulianos, viva tan sólo de eso. De malbaratar. De confundir. De dejarse ver.