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  • Antonio Lucas

Fingir el orgasmo

ANDABA en la redacción escuchando a lo lejos una conferencia express sobre los atributos perdidos del periodismo (es pachanga habitual en las horas muertas hablar mal del oficio), cuando recordé la noticia de que el poeta colombiano Rafael Medina ha puesto a la venta sus testículos por 150.000 euros. El propósito de la poda es financiarse una gira europea para dar a conocer sus versos. Desconocía que traer poemas a este lado del mundo costase del tirón el escroto entero. Para esa gloria escasa, me quedo en el barrio. Aunque en asuntos de turismo compasivo he visto formulaciones incluso más absurdas.

Ambas escenas me llevaron a un par de certezas inesperadas: los poetas son el último colectivo con una fuerte conciencia de sí mismo –hasta dejarse capar– y el periodismo es el oficio que ha desarrollado mayor precisión al fingir el orgasmo. Hace demasiados años que el placer que proporciona suele quedarse en la jurisdicción del propio ámbito periodístico, que es por lo común endogámico, arrogante y sordo. Los periodistas solemos hablar de lo nuestro como si en cada uno de nosotros hubiese una unidad de destino en lo universal. Un espasmo incalculable. Es una de las grandes fallas de esta profesión. Ésa y la falta real de independencia, tan confundida con la aerofagia verbal. Ésa y el confort de lo fácil, que en ocasiones nos rebaja a obedientes perrunos. Ésa y la impotencia de vocear la suciedad en un país donde hace mucho que el delito político no tiene consecuencias. De ahí que en televisión veas a imputados y trincones sonriendo, aunque sea sonriendo raro. No nos temen demasiado.

El siglo XXI en España ha sido una incesante denuncia de tanta política degradada y de tantas instituciones públicas amaestradas para mejor amortización de las corruptelas –en Crónica quedará el reportaje de Gonzalo Suárez sobre el Tribunal de Cuentas–. Pero, de nuevo, nada. En periodismo fingimos a veces conciertos feroces cuando en verdad se está haciendo un unplugged. La corrupción suma más de 800 casos (muchos de ellos, políticos aún en activo), y no hemos logrado que dimita ni dios. Quienes han organizado este Eurovisión de alibabás saben que la prensa tampoco puede hablar de perfección moral. Por eso, conviene salir de vez en cuando al mundo exterior para comprender las claves del descrédito de cierto periodismo. No se puede flirtear con lo peor del poder y ser a la vez su maza. O una cosa o la otra. Es decir: o los cojones o la poesía.