O lo hace Rajoy o tendrá que intentarlo él

AZNAR hizo ayer un análisis de extraordinaria lucidez acerca de los desafíos que afronta España. En sólo 40 minutos y en medio de una enorme expectación, puso sobre la mesa del Club Siglo XXI un auténtico programa para cambiar el mortecino pulso de nuestra vida política. Reclamó «reformas de alta intensidad» y «reformas incisivas» y habló también de «reconstruir» el edificio de la Transición, partiendo de su convencimiento de que los problemas de la Nación no se reducen a una crisis económica: «Hay una crisis política».

No fue el suyo un discurso áspero ni lanzado contra el Gobierno, a la manera en que sí pudo interpretarse su entrevista en Antena 3. Tampoco fueron sus palabras las de alguien que quiere conquistar el poder, sino las de quien, desde la autoridad moral y el rigor intelectual pretende repasar con el lápiz las líneas desdibujadas por las que se comprometió a transitar su partido. Aznar hizo ver que son líneas fundamentales, no ya porque inspiraron una propuesta de regeneración que tanto en 1996 y en 2000 como en 2011 contó con el respaldo de la mayoría, sino porque constituyen los valores esenciales del PP y desviarse de ellas equivale a una doble traición: a los votantes y al propio partido.

El ex presidente entiende que el proceso que se inició en la Transición fue «interrumpido y revertido» con la vuelta al poder del PSOE en 2004 y la forma de gobernar de Zapatero, y que esta nueva mayoría absoluta es «un mandato» para volver a encajar al país sobre los raíles de los que nunca debió salirse. En su planteamiento fijó como esencial fortalecer la Nación, y envió un mensaje rotundo a CiU: «Quien rompe los pactos debe asumir que si se reconstruyen no será en los términos que dicte la minoría». Abogó por reforzar el sistema democrático, de manera que los partidos sean «cauce de las reformas, no su dique de contención», como ocurre hoy. Propuso también reducir el tamaño de la Administración y un reparto de competencias que devuelva la eficacia a las instituciones y garantice la unidad de mercado. Y para ello, dijo, deberían acometerse «los cambios normativos que resulten precisos», en clara alusión a reformar la Constitución.

La conferencia de Aznar dejó frases para la antología del pensamiento liberal en España. Nadie había dicho aquí, hasta ahora, que los políticos han acabado alumbrando «un Estado que a veces tiene intereses que no son los de los ciudadanos» o que el sistema fiscal tiene que estar «al servicio del empleo y del crecimiento, no al servicio de las Administraciones» o que «no podemos resignarnos a ser la sociedad que nuestras Administraciones nos imponen ».

La presencia entre los asistentes de Sáenz de Santamaría parece un buen síntoma, en el sentido de que el Gobierno no se cierra en banda a las insoslayables propuestas de Aznar. Rajoy tiene en sus manos la herramienta esencial: la mayoría absoluta que debe permitir la recuperación de España de su abatimiento. Lo ideal sería que el actual presidente dirigiera esa tarea. Pero si la legislatura sigue por la senda del reformismo de baja intensidad y del negacionismo de la crisis política, Aznar debería ser consecuente con su compromiso e intentar volver a ser él quien aplicara su programa.