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Las encuestas

DICE el viejo Rubalcaba que ya no cree en las encuestas. Es un pálpito sincronizado, pues millones de nosotros tampoco creemos en él. Ahora sí que vamos a compás. Este golpe escéptico del líder de la oposición –qué casualidad– llega cuando la peña denuncia la fatiga del bipartidismo y alucina con el secarral ideológico del PSOE, esa casa de Bernarda Alba. ¿Pero se han enterado en Ferraz de algo así por un cuestionario a pie de calle? Bastaba con llamar por el telefonillo a alguno de los seis millones de parados para testar las impresiones sobre el bipartidismo del grupo poblacional más impactante y decisivo del último lustro.

La incredulidad de Rubalcaba es del mismo paño que el ilusionismo de Cospedal. Sólo trabajan para sus convencidos y para defenderse por lo judicial, lo cual resulta un espectáculo de ínfima calidad. Hace mucho tiempo que decidieron mantener a la gente a raya, del otro lado de la verdad. Y entonces se dan las encuestas, que son un estado de preopinión para modular la opinión del respetable. Pero el respetable dice no. Que así no. Que los líderes de skay están amortizados. Que el Rey, aún más. Que los pactos anticrisis son a esta hora el faralae de la democracia y que rubalcabas y cospedales, tigres y leones de esta mala trampa, tienen los días contados. Ellos, como los sondeos, tampoco son inocentes.

La derecha de sobre y el socialismo de avecrem nos tienen pillados por los bajos. Han diseñado la democracia trilera que les conviene como un alcatraz del que escapar es misión casi imposible. Sus sondeos sólo sirven para encargarle al cerrajero más cerrojos. Cuando llaman a los encuestadores de confianza les dicen: «Mira a ver qué ladran esos cabrones». Y es que no les interesa tanto gobernar como el tener alejada la alpargata de la trena.

Son parte de ese mundo que los ciudadanos rechazan. Y no porque lo anuncie una demoscopia, sino porque lo denuncia la angustia, el asco, el desengaño. La señora Cospedal, con su mentalidad de entretiempo, tampoco ve alarma de estallido social. Mejor así. No se ha enterado de que las revueltas verdaderas son imprevisibles y no requieren –en un primer momento– de líderes. A esta hora de su decadencia conjunta, cuando ha empezado la cuenta atrás, todo les parece normal, salvable, lógico. Es la manera de decir que les importa muy poco lo que suceda al margen del poder. De las cumbres del poder. Mientras en las calles la ciudad se cabrea en todas direcciones.