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Un presidente impávido y solo

Por lo menos ha aguantado el tirón Mariano Rajoy. No sólo el tirón hacia abajo de sus propios números sino el tirón de la desolación exhibida en la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros de hace un par de viernes por lo más granado de su Gobierno, a saber: la vicepresidenta y los dos ministros económicos.

En aquel viernes tienen su origen y su causa los más amargos lamentos y el más hondo abatimiento que se ha instalado en la sociedad desde que el PP ganó las elecciones. Y eso porque nunca se nos habían echado a la cara previsiones más negras ni reconocimientos más claros de la incapacidad gubernamental para darle la vuelta a las cosas.

Y he aquí que llega el presidente al Congreso y parece que viene de otro planeta. Ayer repitió hasta la caricatura ideas como la de que pronto recogeremos lo sembrado, que las espinas están a punto de volverse rosas y que le sigamos por el camino trazado porque es seguro que es el que nos conducirá al éxito.

Si esto mismo lo hubiera contado antes, puede que hubiera conseguido insuflar algo de energía en la escuálida moral nacional. Pero, como ha salido dos viernes más tarde que sus ministros, lo que ha generado es desconcierto y, un paso más allá, descreimiento. ¿A qué nos atenemos ahora, al crudo principio de «los números cantan» o a la nueva y optimista versión de «es verdad que llueve pero yo les juro que está a punto de escampar»?

Las caras contritas de hace trece días no encajan con la serenidad y la seguridad de las certezas de ayer. Son incompatibles, de hecho, y de ahí el estupor que provocaron las palabras del presidente. Lo que sí resultó compatible con su actitud fue su negativa a pactar con la oposición. Es decir, su decisión firmísima, no sometida aparentemente a ninguna duda de fondo, de seguir adelante con la política económica que ha logrado algunos buenos resultados pero que arrastra unas cifras de paro moral y políticamente insoportables.

Rajoy reconoce eso mismo, pero lo formula en orden inverso, con lo cual la misma frase adquiere un sentido político muy diferente: las cifras de paro son insoportables pero la política económica ya va logrando algunos buenos resultados. Y ése es su mensaje.

A partir de ahí, y una vez que ha desdeñado la idea de negociar esa política con la oposición, Rajoy se queda solo frente a la crisis. Y se queda solo porque quiere. Quiere jugarse el tipo solo, la reelección solo y el país entero él solo. Y jugárselo todo a esa apuesta en la que cree ciegamente. No se le puede reprochar tibieza, ni debilidad, ni actitud vacilante. Ni siquiera falta de discurso político, lo que ahora se ha dado en llamar relato: lo tiene. No es un discurso apasionante ni conquistador de ilusiones. Al contrario, es un discurso rocoso, incluso plúmbeo si se quiere. Pero ahí está. Rajoy lo dejó ayer plantado en mitad del Hemiciclo. Impávido. Impávido y solo.