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  • Carlos Cuesta

La muerte de la derecha

Se le dijo que debía acometer de inmediato la reforma de las administraciones públicas, que era necesario abordar el problema del Estado autonómico desde la raíz. Pero a fecha de hoy ni existe la reforma, ni nadie alberga la esperanza de que, en caso de llegar tras 1.000 anuncios, lo sea en profundidad.

Se le dijo que debía desmantelar las sociedades, entes, fundaciones, empresas y demás chiringuitos públicos. Pero la respuesta ha sido una mínima reestructuración que ni siquiera ha evitado el aumento de personal en empresas públicas.

Se le dijo que no debía subir el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas porque lastraría el empleo. Pero la respuesta fue que con ello «descolocaba a la izquierda».

Se le dijo que debía explicar sin descanso a la población que el colosal gasto público provocado por esa farsa llamada Estado del Bienestar no es sino la mayor losa sobre el empleo. Y su respuesta fue hablar de «líneas rojas» inviolables.

Se le dijo que debía reducir el gasto de funcionamiento de la Administración Central. Y en los últimos Presupuestos, crece en 8.600 millones.

Se le dijo que era prioritario que volviese el crédito a las familias y a las empresas. Y mientras las administraciones públicas nadan en un maná de crédito que sigue creciendo a ritmos del 15%, el préstamo al sector privado cae un porcentaje superior al 9%.

Se le dijo que debía fusionar municipios. Y su respuesta ha sido una reforma local que, pese a reducir sueldos, no llega a eliminar ni un solo concejal.

Se le dijo que no rescatara a todas las cajas de ahorros. Que no sólo era un gasto innecesario e injusto, sino que encima provocaría la exigencia de ayudas por el resto de afectados de la crisis, como ha ocurrido en los desahucios.

Se le dijo a este Gobierno todo lo que no debería haber hecho falta decirle porque no es sino el discurso propio de la derecha. Y lo que ha hecho ha sido lo contrario.

Hoy asume ya que cerrará la legislatura en 2015 con casi un 26% de paro, más de tres puntos por encima de la herencia recibida. Pero lo que aún no admite es que, si no cambia el rumbo de su política, su fracaso supondrá la entrega de España a un amasijo de izquierdas e independentistas que pasará como un rodillo en medio del mayor desprestigio imaginable de una derecha que ni tan siquiera lo ha sido.