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Zapatero, 2ª edición

Peor de lo que están hoy no van a estar mañana si cambian de capitán para ir a las próximas elecciones. Y es seguro que a su jefe le parece bien que se esté buscando ese cambio.

Nadie, y menos él, lo ha confirmado nunca, pero hay pocas dudas de que Alfredo Pérez Rubalcaba está haciendo conscientemente de puente entre el líder con carisma que se fue, Zapatero, y el que haya de venir dentro de poco, que bien podría apellidarse Madina. Aunque siempre guarda silencio al respecto, es obvio que Rubalcaba ha asumido con serenidad la penosa tarea de conducir su maltrecho partido por el páramo de esta legislatura para después ponerlo en manos de quien habrá de competir con el PP por la victoria.

Quiere esto decir que el actual líder socialista no se va a oponer ni va a considerar una puñalada por la espalda el hecho de que salga de sus filas una figura joven y con empuje que opte a sustituirle en el liderazgo. Porque nadie en el PSOE cree a estas alturas que con el actual cuadro de dirigentes el partido va a levantar cabeza electoral. Ese sueño se desvaneció hace tiempo y los sondeos de opinión lo ratifican con machacona insistencia.

Ni en lo más hondo de una crisis, que no es sólo económica sino social y hasta de estado de ánimo, está mereciendo el PSOE la más mínima atención por parte del electorado. Proponga lo que proponga, no le hace caso casi nadie. Y, lo que es aún peor y más humillante para sus dirigentes, Izquierda Unida les está comiendo el terreno. No es descabellado decir que, si las elecciones se celebraran mañana mismo, estos socialistas que gobernaron España durante décadas podrían verse en la tesitura de no llegar a ser ni siquiera segunda fuerza. Por eso tiene sentido que el PSOE busque un nuevo Zapatero, aquel joven diputado que un día de julio de 2000 zarandeó el desánimo colectivo, insufló optimismo y esperanza entre sus compañeros y les puso de nuevo en marcha en busca de la victoria. Y ganaron. Y volvieron a gobernar.

Algo parecido necesita ahora el PSOE. Eso no lo ignora nadie en la dirección. Otra cosa son los nombres, pero este Eduardo Madina tiene de entrada la misma ventaja que tuvo en su día ZP: no tiene destacados enemigos interiores y cuenta con el afecto de la mayoría. Quizá aparezcan otros candidatos, pero no es previsible que se desate una lucha a primera sangre en esas primarias que habrán de convocarse.

Carme Chacón, Emiliano García-Page, Patxi López y hasta Mesquida podrían ser nombres que alegraran el debate del PSOE del futuro, pero cada uno de ellos tiene contraindicaciones. Una, en términos de apoyo interno. Otro, porque persigue objetivos más inmediatos y alcanzables. El tercero, porque es difícil olvidar que encarna el descorazonador fracaso de la apuesta constitucionalista frente al nacionalismo en el País Vasco. Y el cuarto porque su candidatura tendría muy poco recorrido.

De modo que Madina podría ser finalmente el nuevo Zapatero que haga revivir al PSOE. O que lo intente al menos.