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  • David Gistau

¿Hay alguien ahí?

La desgana era evidente ayer en el Parlamento. Se percibía en el escaso ambiente, en la cantidad de sillas disponibles junto a las mesas de Manolo y, sobre todo, en el poco brío de casi todos los oradores: hay más pasión en las grabaciones de próxima estación del Metro. Si a los personalismos políticos cabe atribuirles la creación de un ambiente, esta apatía es lo que distingue en el Congreso el ciclo de Rajoy. A mí me conviene, porque cada vez dispongo de menos lugares en los que dormitar y relajarme alejado del bullicio de los niños.

Como en otras ocasiones, la más enérgica fue Rosa Díez. Reprochó a Rajoy precisamente sus silencios, la opacidad con que gestiona asuntos como las reuniones secretas con Mas y Urkullu, que sumergen cuestiones de Estado a unas profundidades clandestinas. Díez añadió que un ausente pertinaz difícilmente puede liderar. Rajoy se defendió mal, porque alegó que este Gobierno es el que ha impulsado la Ley de Transparencia, que tiene que ver con el control de la corrupción, pero no con el diálogo entre un presidente y sus ciudadanos, que aquí no existe. A Rajoy, que siempre se sintió agredido por el periodismo, que ha llegado a presidente contra los periodistas que en 2008 lo declararon acabado, lo lógico es suponerle una aversión a los medios que está creando una peligrosa falta de discurso general. Tiene su mayoría, tiene cristales blindados y vallas interponiéndose entre él y la humanidad, y lo probable es que no pretenda hacer el mínimo esfuerzo para convencer ni gustar a nadie hasta que entremos de nuevo en periodo electoral. Mientras, irá haciéndose más retraído, y algún día, cuando los comunicados se hagan mediante señales de humo en lontananza, incluso añoraremos los tiempos extrovertidos de la pantalla de plasma. Le dijo a Díez, para castigarla ya de paso por atreverse a hacer preguntas «que nadie hace», que él todo lo maneja en secreto porque no le gusta el exhibicionismo. Rajoy está tan lejos del exhibicionismo como los ingleses de Camba de la carcajada.

Después, Rubalcaba se amparó en las previsiones del FMI para volver a advertir al presidente de que la medicina económica está «matando al enfermo», y que en 2013 seguirán desintegrándose puestos de trabajo y derechos. Rajoy replicó que al enfermo ya lo había matado el socialismo, o sea, me rebota y te explota, como en el patio del colegio.

Soraya Rodríguez no tuvo una mala intervención, pese a la gesticulación demasiado enfática, más apropiada para jurar que no se volverá a pasar hambre en Tara que para aludir al déficit. Insistió en los problemas de comunicación para intentar irritar a Sáenz de Santamaría diciendo que el Gobierno carece de una Vicepresidencia fuerte, económica, dueña del relato. La vicepresidenta quiso constreñir su respuesta a tecnicismos económicos, pero cometió un error de cálculo cuando reprochó al PSOE los bandazos que pegan sus propuestas en política fiscal: ahí no puede entrar sin abrasarse un miembro del Gobierno que se estrenó subiendo el IRPF contra sus promesas electorales y a pesar de sus supuestos principios.