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  • Carmen Rigalt

Divorcio a la italiana

UNO DE los temas recurrentes de los articulistas es precisamente la falta de tema. Ese trance ha sido recreado con profusión de detalles sobre las sensaciones que nos aquejan ante el papel (o la pantalla) en blanco: vértigo, agobio, taquicardia, etc. Pero no sufran, que yo no iré por ahí. En estos meses, ante la falta de tema, se impone «el» tema. Cuál va a ser: la Monarquía en España. Los Reyes a través de sus múltiples perspectivas: esposa, hijas, yernos, amigas. Dejo a un lado a los Príncipes de Asturias porque nos conviene mantenerlos a salvo, por si acaso.

Raúl del Pozo, entregado últimamente al deporte de abrir la caja de los truenos, deslizó en su majestuosa columna un guiño de enterado: a comienzos de la legislatura, dijo, el Monarca le comunicó a Rajoy su intención de divorciarse. Luego Raúl siguió hablando sobre los papeles de Bárcenas como si no pasara nada. El escribió divorciarse, que no separarse. Parece lo mismo, pero no lo es. Tratándose de la Jefatura del Estado, las diferencias tienen su miga. Los Reyes llevan ya tiempo separados. Viven en alas (dejémoslo en alitas) distintas y no duermen juntos desde ni se sabe. El Rey, que siempre ha hecho uso de su real gana, se sintió de pronto urgido por la necesidad de regularizar su vida. Esto es, su relación con Corinna, a quien ya había puesto un piso en los jardines de palacio, como un Borbón del XVIII.

Caso de ser cierta la anécdota (¿realmente le estaba pidiendo permiso a Rajoy?) sería interesante saber la reacción del presidente. Circula una versión según la cual Rajoy habría tratado de disuadir al Monarca, pero eso es mucho suponer. Yo tiendo a creer que dijo lo que el cura del chiste a propósito del pecado: que no era partidario.

Desde principios de la legislatura hasta hoy ha llovido demasiado. Puede que los acontecimientos incluso hayan distanciado al Rey de Corinna Larsen, la causa de este vodevil berlusconiano. Hoy, el Rey ya no está para milongas. Sigue siendo dueño de su vida privada, pero es el Jefe del Estado y su carta de libertad constituye material muy sensible. Caso de persistir en el empeño de divorciarse (¿para contraer matrimonio con una señora a la que todos consideran un peligro público?), debería apearse en marcha y dejar paso al siguiente.