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  • David Gistau

Un pueblo es

NO TENGO perro en el que volcar aprecio. Por lo tanto, el conocimiento de la gente sólo me sirve para ahondar mi misantropía, que apenas admite la excepción de los cariños y las admiraciones particulares, y aun eso, a según qué hora. El populismo ha hecho que un solo personaje contemporáneo reciba trato reverencial y sea considerado infalible y moralmente superior a cualquier otro: me refiero al pueblo en posesión de su cólera. Colapsado el sistema, debilitada la ley, corresponde el levantamiento de la chusmocracia, para la que incluso existen justificaciones intelectuales difundidas por periódicos de primer orden que antaño, en épocas creadoras, aspiraron a la excelencia. Cuando leo algunas columnas que parecen pensadas para ser gritadas con un megáfono, no hago sino apreciar aún más el perro que no tengo.

Aunque el rencor exhibido no fuera de origen político, ayer pudimos contemplar al puritito pueblo ejerciendo su altura moral con Isabel Pantoja, que sufrió un soponcio de España negra. Tirones de pelo, insultos groseros, intentos de bofetada, furia de guata, pura demostración de en qué consiste la canalla cuando por fin queda a su merced alguien a quien primero envidió. Hubo un tiempo en que Pantoja todo lo repelía enseñando dientes, cuando vivía en cliché, paseando por el Rocío a un tipo que de entrada ya era culpable de portar vaqueros con pinzas. Ahora, humillada, a la sentencia aséptica impuesta por el sistema a punto ha estado de añadirse otra sencillamente repugnante. Lo raro es que Verstrynge haya perdido la oportunidad de figurar también allí y de ampliar a los programas del corazón sus escenarios de gurú redentor, que parasita un ambiente dispuesto a lo radical.

No he podido evitar acordarme de que, cada vez con más frecuencia, escucho a gente civilizada decir que la sentencia judicial que caiga sobre Urdangarin no puede estar por debajo de la expectativa creada entre los odiadores que esperan a la puerta. Incluso, que hay dos castigos igualmente legítimos, el de la ley y el popular. Cabe preguntarse si lo que piden es dejar, no ya a Urdangarin, sino a todos los imputados de la decadencia nacional, a todos los inspiradores del resentimiento, un cuartito de hora a solas con el piquete que ya ha pasado por la quilla a Pantoja.