ESTE ARTÍCULO es en realidad una carta. Ya sé que no es elegante utilizar los espacios del periódico para que los columnistas intercambiemos cartas con nuestros colegas, pero esta vez estoy justificada. Quiero responder a Alfonso Ussía, que el otro día usó el mismo formato para echarnos una reprimenda a Pilar Eyre y a mí por haber tenido la osadía de escribir sobre DonJuan en términos incorrectos. Por lo que a mí respecta, celebro que Ussía puntualizara ciertos extremos y pusiera los ceros en su sitio.
Yo no habría hecho lo mismo, Alfonso, porque yo sólo me dirijo a la gente para atizarle un mandoble, de ahí que me sienta más cómoda en la insolencia que en la cortesía. Es lo facilón, ya sé, pero en mi galería de favoritos hay muchos gilipollas y con ellos no valen los rodeos. A ti te tengo por un conocido a medias, alguien que está en mis antípodas y a quien preferiría no admirar para no tener que hacer, como ahora, funambulismo en el alambre de la columna. Intuyo, Alfonso, que en estos momentos de tragedia borbónica andas atrapado entre muchos sentimientos difíciles. Tu eres monárquico radical (de raíz) y yo en cambio ni siquiera llego a juancarlista. Siempre he tenido cierta debilidad por nuestro Rey y ahora intento despojarme del afecto que le profeso. Debería hacerme republicana, pues las noticias que manan de los periódicos me lo ponen a huevo. Pero no es tan sencillo encauzar las decepciones. Hoy, los españoles no estamos para monarquías ni para repúblicas porque todo se nos ha venido abajo. Ya me gustaría a mí que en este proceso de decepción se produjera un gesto que nos devolviera la confianza. Un gesto o un milagro. El famoso «perdón» sirvió para acallarnos a todos, pero ha pasado el tiempo y las cosas han ido a peor. El hecho de que tú des la cara, aunque sea parcialmente, para defender a Don Juan, te honra. Yo supongo que muchos monárquicos de tu entorno (herederos de aquellos que escurrieron el bulto cuando la colecta para Don Juan), estarán haciéndose otra vez los suecos. Me gustaría que me hablaras desde la razón, no desde los sentimientos o desde la inercia de tu árbol genealógico. El chiringuito de la monarquía se lo están cargando desde dentro. Si tu tampoco confías en la abdicación, mal andamos.