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  • Federico Jimenez Losantos

Cortesanos, ofrécense

COMO no abdique pronto el Rey o se retire a Yuste el Príncipe, se nos viene encima una ola gigantesca de cortesanos en paro. Primero, porque los juancarlistas -rara especie de monárquicos que lo son sólo de un Monarca- están migrando en masa al principismo o felipesextismo. Segundo, porque el principismo, enfermedad senil del juancarlismo, no puede acoger tantos lampantes institucionales. Y tercero, porque los que ahora denuncian públicamente que el Rey es una calamidad, aún dudan entre renovar sus votos con el inquilino actual o liarse la manta a la cabeza y fugarse con el futuro inquilino de la Zarzuela, sin saber si él quiere fugarse con ellos. Es tanta la muchedumbre de cortesanos inquietos que este fin de semana ha provocado un terrorífico atasco en los periódicos. Hace unos meses apunté la necesidad de aprovechar la crisis de la publicidad comercial y abrir un nuevo epígrafe: «Cortesanos», que podría ir entre «Pisos» y «Contactos». Si alguien cree que exagero, he aquí un caso dramático de anteayer mismo.

La víctima, si podemos llamarla así, es persona de enorme talento y envidiable pluma, tan diestro director de medios como fecundo ideólogo del centro templado -para mi gusto, algo fresco-, y ha publicado en internet una «Carta al Rey de un monárquico que quiere seguir siéndolo», con una frase que explica mejor que un largo ensayo la zozobra de esa apretada falange cortesana que llegó a pensar que el juancarlismo duraría cien años.

Dice así: «Los españoles con edad para valorar todos y cada uno de sus méritos, Señor, se lo hemos reconocido sin cicatería y nuestro agradecimiento ha sido tan hondo que no hemos reclamado a los sucesivos gobiernos democráticos la regulación de la Corona, ni hemos solicitado su subordinación a las políticas del Ejecutivo como ocurre en otras monarquías parlamentarias, ni recabado medidas de transparencia de su Casa, a las que renuentemente parece haber accedido. [...] Y, en fin, Señor, hemos soportado hasta hace un año con plena discreción, comportamientos incompatibles con la connotación ejemplarizante de la magistratura que ostenta».

O sea, que los que despreciaron la legalidad deseable y la moralidad necesaria, mudos ante la corrupción y verdugos de quienes la criticaban, quieren seguir siendo… lo que son. Tranquilos. No pueden ser otra.