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  • Carmen Rigalt

Don Juan Carlos sí que está solo

El único que se preocupa por el Rey es el propio Rey; la 'espantá' familiar le ha dejado solo. Tras ser imputada, Doña Cristina debería mostrar interés por explicarse y colaborar. Don Juan de Borbón fue el gran beneficiado de la herencia de su padre, el rey Alfonso XIII.

La Infanta Cristina, a su llegada al trabajo el pasado viernes en Barcelona. / ANDREU DALMAU / EFE

La que termina ha sido una semana de sinsabores para la Familia Real. Y no sólo por la imputación de la Infanta Cristina (que también) sino por una sucesión de acontecimientos que han puesto a prueba la capacidad de reacción de los responsables de la Casa.

Dicen que la Familia Real es poco dada a los cambios. Los únicos movimientos que se producen en ese sentido están inspirados por una vieja máxima: sólo se cambia para que todo siga igual. Habida cuenta de que en palacio las cosas van despacio y hasta la orden de sustituir un sofá desencadena un movimiento migratorio (no se me asusten: estoy refiriéndome al trasiego de operarios), con los años se ha impuesto la pereza. A los Borbones les cuesta un triunfo mover ficha. Cuando las cosas no funcionan por inercia, se dejan como están.

Así las cosas, hace bien Don Juan Carlos en permanecer recluido. El único que se preocupa por el Rey es el propio Rey (la espantá familiar le ha dejado solo). Don Juan Carlos concentra sus esfuerzos en la rehabilitación, dedicando el tiempo que le queda libre a hacer gestiones telefónicas y admirar la metamorfosis de la primavera en los montes de El Pardo.

Sin embargo, la última remesa de disgustos a punto ha estado de causarle una bajada de defensas y un sarpullido. No sería la primera vez. Su soledad es tan patente como la de la Reina. Corinna Larsen ha desaparecido del mapa (o la han desaparecido), aunque posiblemente no ha mediado entre ellos una ruptura formal. Cuestión de cautela. En sus declaraciones, Corinna amaga con hacer uso de su información privilegiada. El Rey, consciente del poder que ha puesto en manos de la comisionista, tal vez ha dejado media puerta abierta para protegerse. En cualquier caso, lo que más le importa a él en estos momentos es la imputación de su hija Cristina, que sigue haciendo piña con Urdanga. El amor, maldita sea.

Todo comenzó con la publicación, en este periódico, de la herencia de Don Juan de Borbón. Fue un mazazo. Cuando los españoles aún no habían salido del estupor producido por la noticia, saltó la imputación de la Infanta. Dicen que aquel día rugieron los cimientos de Zarzuela, y aunque la primera reacción fue la de declinar comentarios («No se comentan las decisiones judiciales»), a las pocas horas les traicionó el nerviosismo y los responsables de la Casa confesaron su sorpresa por el cambio de posición del juez Castro, que hasta ese momento había caminado de la mano del fiscal Horrach. Por si no hubiera quedado suficientemente claro, la Casa del Rey manifestaba su «absoluta conformidad» con la decisión de la Fiscalía Anticorrupción de recurrir el auto de Castro. Resumiendo: no quería comentar las decisiones judiciales pero las comentó.

El desliz no era producto de la precipitación, pues desde hacía tres semanas la Casa sabía que se produciría, si bien conservaba las esperanzas de que no se llevara a cabo. Luego desviaron la atención hacia asuntos más favorables y apareció el guiño de la Ley de Transparencia, iniciativa que se atribuyen tanto la Jefatura del Estado como la Presidencia del Gobierno. En ese rifirrafe andamos.

Cuando eso sucedía, la Infanta ya se había puesto en contacto con Miquel Roca Junyent. El mismo día de la imputación, el Rey y su hija hablaron telefónicamente y decidieron, al alimón, contactar con el que antaño fue segundo de CiU, que estará asesorado por Jesús Silva, penalista de prestigio.

La imputación no es una buena noticia para la Familia Real, pero el daño ya está hecho (se ha publicado en la prensa de todo el mundo). Ahora, Doña Cristina debería mostrar interés por explicarse y colaborar. De otro modo, la presión social y mediática acabaría con ella.

La extraña leyenda de Don Juan

MARIO CONDE. En el actual festival de despropósitos, la noticia de la herencia de Don Juan no ha sido pecata minuta . A los españoles siempre se nos vendió la idea de que los Borbones estaban tiesos. Como no había razón para dudarlo, lo creímos. Hablo por experiencia. Yo estuve de visita en Estoril y no me pareció que allí se viviera una situación privilegiada. Más allá de que a él y a Doña María les llamaran el Rey y la Reina, todo era bastante normalito. Supongo que gran parte de la responsabilidad en la difusión de la extraña leyenda de Don Juan la tuvo su propia camarilla. Yo misma llegué a creer que hacían colectas para pagarle el solomillo y las pelotas de golf.

José María Zavala , autor de El patrimonio de los Borbones , cuenta que Don Juan fue el gran beneficiado de la herencia de Alfonso XIII , en contra de su hijo mayor, Don Jaime . Escribe Zavala: «Don Juan resultó agraciado con casi el triple de la herencia de cualquiera de sus hermanos, a los que su padre asignó la cantidad equivalente hoy a 358 millones de pesetas». Cuando murió, se llegó a decir que Mario Conde le había pagado los gastos de la clínica de Pamplona, y no consta que lo desmintiera. En su última época, Don Juan había liquidado propiedades por las que percibió más de 3.000 millones de pesetas. Entre ellas estaba la isla de Corteaga (ría de Arosa), el Palacio de Miramar (San Sebastián) y el Palacio de la Magdalena (Santander). Era un hombre muy rico.