JACOBO FITZ-JAMES STUART

EL AMOR DEL DUQUE DE ALBA Y LA REINA VIUDA

GRAN MONÁRQUICO. 1. El duque de Alba con la reina Victoria Eugenia en una cacería. 2. Testigo de los coqueteos del rey Alfonso XIII con una dama de su corte. 3. Jacobo de Alba, de confidencias con el rey. 4. Junto a su hija Cayetana de Alba.

Jacobo Fitz-James Stuart, el padre de la duquesa de Alba, fue uno de los personajes más destacados del reinado de Alfonso XIII. Dos veces ministro, miembro de tres academias, intelectual, mecenas pero sobre todo amigo y confidente del rey, el XVII duque de Alba atestiguó los años más felices del monarca así como el declive de su reinado. El próximo 9 de abril, se publica Jacobo Alba. La vida de novela del padre de la duquesa de Alba (La Esfera), la primera biografía novelada dedicada a esta figura de vital relevancia para la política y la cultura de la España del siglo XX. El punto de arranque del libro se sitúa en 1953, en Lausana (Suiza) en donde Jacobo, Jimmy, Alba agoniza tras sufrir un súbito empeoramiento de su enfermedad.

Victoria Eugenia, la reina de España en el exilio, le acompaña en sus últimos días. No en vano, Jacobo había sido fiel amigo y servidor de su difunto esposo y uno de sus principales apoyos desde aquel funesto 14 de abril de 1931. Pero Jimmy fue mucho más que un amigo para la reina de España. Los rumores sobre el romance datan de la década de los 40. En una de sus misivas, la infanta Eulalia se hace eco del inminente compromiso entre el duque de Alba y la reina de España. Una habladuría que la tía de Alfonso XIII desecha enseguida. Pero eso no es todo. La propia Cayetana reconoce en su última biografía que dudaba que entre los planes de su padre «entrara otro matrimonio, pese a estar hablando de la mismísima reina. A mí creo que no me hubiera importado, porque además de ser una de las personas que más me ha influido, la quería muchísimo».

¿Pero qué hubo realmente entre Ena y Jimmy? Ése es uno de los enigmas que trata de desentrañar Jacobo Alba. La vida de novela del padre de la duquesa de Alba. LOC les ofrece en exclusiva algunos de los extractos más polémicos de este libro.

Jacobo Fitz-James Stuart tenía siete años cuando murió Alfonso XII. Aquel fue uno de los momentos más delicados y cruciales de la Restauración. María Cristina estaba encinta y nadie sabía si el hijo póstumo del rey sería un varón, el anhelado heredero, u otra niña, la tercera del matrimonio. En el palacio de Liria, el XVI duque de Alba espera noticias. A su lado, Rosario Falcó, su mujer, una de las personas que más influyó en su hijo Jacobo y en el futuro devenir de la casa de Alba.

La duquesa se había prendado enseguida de la procelosa historia de la familia y dedicó gran parte de su tiempo a reorganizar el archivo, cuyos legajos más destacados pueden contemplarse hoy en la Exposición de la Casa de Alba en el Ayuntamiento de Madrid. Pero la aportación de Rosario Falcó no se remitió únicamente al ámbito cultural. Con ella, llegó también Aurelio Lopátegui, que se convertiría en apoderado del duque y reestructuraría el inmenso patrimonio de los duques, ciertamente descuidado en las últimas generaciones.

Rosario quiso hacer de su hijo mayor un digno duque de Alba. Por este motivo se le envió a estudiar a Beaumont College, en Beaumont, un durísimo internado jesuita situado en Old Windsor. Un día, el rector de la institución le llamó a su despacho. El príncipe de Battenberg, marido de la hija menor de la reina Victoria de Inglaterra, le había invitado a comer al castillo de Windsor. Jimmy acudió temeroso, quizás pensando que se encontraría con la venerable soberana. Sin embargo, cuál sería su sorpresa cuando el príncipe le presentó a Ena, su hija. Tendría unos cinco años. Vestía de blanco. Jimmy pensó que parecía una virgencita niña de Murillo. Sin embargo, su mirada era fría. El príncipe Enrique cogió a su hija en brazos.

-Ena, este es Jimmy. Es sobrino de tu madrina.

-¿De la emperatriz Eugenia [de Montijo]? -preguntó la niña.

Jimmy asintió embelesado por la gracia de la princesita, que aprisionaba entre las manos un objeto que el joven duque de Huéscar identificó enseguida.

-Es un abanico español -le explicó el padre-. Se lo compré en Sevilla hace unos meses. Estuve en Málaga y luego tus padres me invitaron a pasar unos días en Dueñas. Fue francamente un viaje maravilloso.

Jimmy asintió con timidez. Aquel fue su primer encuentro con la futura mujer de Alfonso XIII. La emperatriz Eugenia tenía sus planes para su ahijada:

-Démosle unos años y será perfecta para Alfonsito.

En España, la política se abría paso entre tumultos sociales, la guerra de Marruecos y la pérdida de Cuba y Filipinas. Jimmy y sus hermanos Sol y Hernando pertenecían al círculo más cercano del rey. De hecho, el primer coche que condujo Alfonso XIII fue el de Jacobo. La expedición no terminó bien. El monarca atropelló un burro y una vaca.

En 1901, Jimmy volvió a encontrarse con Ena, que ya era un hermoso proyecto de mujer, en la casa que la tía, Eugenia de Montijo, tenía en la Costa Azul. Ena y su madre solían pasar largas temporadas en la Costa Azul ya que la antaño emperatriz de los franceses era la madrina de la futura reina de España y ya pergeñaba el futuro matrimonial de su ahijada.

Era natural. La sociedad internacional era un reducto de iguales que coincidían en diferentes escenarios: cacerías en Escocia, safaris en África, carreras en Deauville...

El actor principal de la comedia era Eduardo VII, Bertie, marido infiel pero divertido, inteligente y simpático a rabiar. Precisamente, su coronación fue el primer acto oficial en el que participó Ena. Allí nuevamente se encontraría con el apuesto Jimmy. ¿Albergó el duque de Alba alguna esperanza de casarse con la sobrina del rey de Inglaterra? Seguramente. Pero aquella ilusión se frustró en 1905 cuando Alfonso XIII se enamoró de Victoria Eugenia de Battenberg. Un romance dirigido por la emperatriz Eugenia de Montijo que supo mover los hilos para que el rey de España se prendara de su ahijada y reforzar así los ya sólidos lazos que su familia española, los Alba, mantenía ya con la Casa Real.

-Jacobo, soy consciente de que María Cristina quiere una princesa alemana o austriaca y que los políticos españoles desean a ese diablillo de Patsy Connaught en el trono, pero yo voy a mediar para que la elegida sea Ena.

Al duque se le contrajeron las tripas de nuevo.

-Pero... ¿Ena? El rey no sabe ni quién es.

-Pronto lo sabrá. Ya me encargaré yo... y tú también -se impacientó la anciana. Tras esta decepción, Jimmy se refugió en los viajes y en su intensa actividad política, cultural y social. «Si Gibbons asegura que una de las épocas más felices de la humanidad fue desde el advenimiento de Augusto hasta la muerte de Trajano es porque no conoció la comprendida entre la Guerra del 70 y la Gran guerra de 1914», solía decir.

El duque de Alba emprendió una serie de viajes que le llevaron a recorrer gran parte del mundo. Conoció la corte de los zares, las vastas extensiones de los príncipes eslavos. Una de sus más célebres expediciones fue su safari a África, en compañía del duque de Medinaceli. A su vuelta en 1909, se prendó de Linda Lee Thomas, una riquísima divorciada americana que se había instalado en París y que más tarde contraería matrimonio con el compositor Cole Porter.

Mientras, en España, se consumaba la tragedia. Ena, la princesa que había enamorado al rey de España y al duque de Alba, había envenenado con su sangre la descendencia de la Familia Real.

La intimidad de los reyes estaba rota. Alfonso XIII apenas tenía fuerzas para mirar a su mujer a la cara. Sentía por ella cierta repulsión. Alfonsito, el heredero y Gonzalo, su benjamín, habían nacido enfermos con un extraño mal. El rey se sentía estafado por su mujer. Y le repetía a Jimmy:

-¿Por qué no me advirtió tu tía la emperatriz de que la familia de Ena estaba enferma?

Jimmy callaba desolado. Le acongojaba que Alfonso, el rey por el que estaba dispuesto a dar la vida, se atormentase sin remedio.

-¿Tú no sabías nada? -insistía el rey.

-No, señor.

-Pero tú conocías a esa familia, ¿sabías que sus hermanos estaban enfermos?

Jimmy calló unos segundos y asintió diciendo que sólo sabía que estaban enfermos, pero que no pensaba que se tratara de una enfermedad hereditaria.

En aquella época nadie sabía qué tenía el príncipe de Asturias. Sólo que el mal estaba presente en la sangre de Ena, la misma que también había corroído las entrañas de la zarina, prima de Ena.

En política, las cosas no iban mejor para el rey ni para España. Los gobiernos liberales y conservadores se sucedían. El socialismo y el anarquismo iban haciéndose fuertes. Jimmy había entrado en el Senado y miraba con aprensión el singular ruedo que era el Congreso. Los prohombres de los partidos se postulaban como salvadores de la patria. El duque de Alba prefería decantarse por cuestiones hasta entonces olvidadas como era la protección del patrimonio, el mecenazgo, la educación. Al mismo tiempo, se encargaba de recibir en Liria a las diferentes personalidades que acudían a visitar la Villa y Corte. Entre ellos, Theodore Roosevelt, que casó a su hija en la capital de España, Howard Carter, el futuro Jorge V y Eduardo VIII...

Pero una mujer divorciada como Linda Lee Thomas no podía convertirse en duquesa de Alba. La elegida fue Rosario Silva, Totó, que pertenecía a una casa nobilísima, además de ser la única heredera de una inmensa fortuna que revitalizaría las arcas de los Alba.

-¿Y cómo es Totó? -le preguntó Linda después de que Jimmy le anunciara que pensaba casarse con ella.

-Es una chiquilla adorable. Nos llevamos casi 20 años, pero se adaptará bien a mi vida. Es elegante, cosmopolita y liberal. Parece fuerte, una buena madre para mis hijos.

Se casaron tres años después en Londres. En 1926, nacería Cayetana Fitz-James Stuart, heredera del ducado. Sus padrinos fueron el rey y Ena, la reina que siempre confió a Jimmy su infelicidad conyugal y los desaires producidos por las continuas infidelidades del rey.

-¿Te acuerdas del abanico que llevaba aquel día que viniste a ver a mi padre?

-Claro que me acuerdo, majestad. ¿Cómo olvidarlo? Lo que ignoro es si la reina realmente se acordará de aquel día.

-Lo encontré hace poco y desde entonces siempre lo llevo conmigo. Aquí está.- Entonces sacó un pequeño abanico ya amarillento por el paso de los años-. ¿Ves, Jimmy? -dijo con una voz abatida y triste.

En ese tiempo, Jimmy se centró en su labor al frente de la Academia de Historia, el patronato del Museo del Prado y en los preparativos de la exposición universal de Barcelona. Su relación con Miguel Primo de Rivera no era precisamente idílica. Quizás el dictador se sentía celoso de la brillantez de Jimmy y de su excelente relación con la oposición. Sin embargo, esta rivalidad no impidió que le incluyera en una lista de futuros ministros de la Corona. Tras la marcha de Primo de Rivera, el rey y el general Berenguer le nombraron ministro de Educación pues era el único que era capaz de apaciguar las protestas que a diario se producían en la Universidad.

Los intentos de Jimmy por salvar la monarquía sirvieron de poco. El 14 de abril, mientras estaba en París, se proclamó la II República. Jimmy, acongojado, no daba crédito a lo que había pasado en España. Decidió acudir a recoger a Ena a la estación de Les Aubray. La reina corrió hacia Jimmy y por primera vez se abrazaron.

El duque sintió su calor. Si no hubiese estado tan conmovido podría haberse percatado de que la reina se había estrechado contra su pecho. No lloraba. Tenía un gesto de amarga resignación. Había pasado esa última noche en Madrid sola con sus hijos. El exilio evidenció la ruptura de los reyes. Ena se instaló en Lausanne y Alfonso XIII, en Roma. Jimmy acudía a visitarlos a menudo mientras contemplaba desolado el devenir fraticida del país. En 1934 murió Rosario. Dos años después, comenzó la Guerra Civil. Franco nombró al duque de Alba su representante en Londres. Ena medió ante el Gobierno británico para que se le recibiera. El duque tuvo una importante papel durante su estancia en Londres. No sólo contribuyó al salvamento de una parte importante del patrimonio cultural del país, sino que utilizó sus relaciones para conseguir que Francia e Inglaterra no intervinieran en la Guerra Civil. Tras la victoria, Franco le nombró su embajador. Allí, ya viuda de Alfonso XIII, Victoria Eugenia intensificó su trato con el duque de Alba. Una relación que proseguiría tras la Segunda Guerra mundial, después de que el duque renunciara a su puesto en la embajada por fidelidad a don Juan. A partir de entonces, Jimmy se dedicó a trabajar por la restauración de la Monarquía y en la reconstrucción del Palacio de Liria, un empeño en el que sacrificó gran parte del patrimonio de la familia.

Jimmy Alba y Ena se vieron a menudo. Al menos dos veces al año, el duque la visitaba en Lausanne. Jacobo Alba murió con la cruz de la reina entre las manos. «Mi reina. Ya sí que nunca podrá ser...».

«Jacobo Alba» (La Esfera), de la periodista Emilia Landaluce,sale a la venta el próximo martes 9 de abril.