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  • David Gistau

Armas de tebeo

Al comienzo de la legislatura, los diputados de Amaiur se comportaban como órganos implantados que quisieran demostrar que no iban a provocar un síndrome de rechazo en el cuerpo, es decir, en el sistema democrático. Uno iba trajeado, otro llevaba una camisa de leñador, y el más alto vestía de urbanita cool, conocedor del sushi. Todos coincidían en que parecían haber asumido ser la vanguardia de un experimento de integración, como los lagartos de V con la máscara humana puesta. Sonreían mucho, fingían interés por los asuntos generales, buscaban conexiones con los grupos de izquierda, e incluso los periodistas que los acompañaban venían a hablarte de si fue penalti o no. La paz. Los otros periodistas, los mesetarios, a veces regresaban de tomar café con la misma fascinación que Leonard Bernstein después de recibir en su ático de Manhattan a los Panteras Negras. Temía llegar un miércoles y encontrarme a todo el mundo en los Pasos Perdidos pasándose un calumet.

Es evidente que, un año y pico después, en Amaiur ha empezado a cundir cierta impaciencia. Su asunto sigue atascado, en el Parlamento no obtienen sino la eterna conminación a la condena y la disolución y cabe imaginar que estén recibiendo presiones para lograr que todo fluya. No es que se hayan sacado las máscaras para que se les vea el lagarto. Pero han pasado a otro estadio, más vindicativo, más pertinaz, más de pedir micrófono, más áspero en el tono. En ese contexto hay que ubicar la intervención de Maite Ariztegui, con su peinado de Nekane haciendo profecías a Macbeth, que en los últimos meses fue una sonrisa constante y ayer, en su exigencia de diálogo, se adentró en el lenguaje agresivo. Amparada en los GAL y en los represaliados por el franquismo, asoció el terrorismo con la naturaleza del Estado. Llamó mediocre a Rajoy e igualó a los etarras muertos con el mismo derecho a la reparación que las víctimas de ETA. Pidió que se permitiera la entrada de la democracia en el Estado español; sí, éstas son las lecciones que hay que recibir de la extensión moral de una banda de asesinos en serie. La paz. El cool. ¿Hace un cafelito?

Rajoy respondió impasible. Vamos, que se enfada mucho más cuando replica a Rosa Díez. Pero volvió a anularle a Ariztegui toda esperanza de desbloqueo con esa combinación de conceptos que achican el espacio a Amaiur: condena, disolución, «con la ley no se negocia» (al menos no en esto).

En el pasillo, Ariztegui hizo un chiste acerca de que sólo en Astérix y Obélix vio ella una entrega de armas «sin más». Comprendo que el mito de la irreductible aldea es tentador, pero reducir el terrorismo a tebeo en el que nadie muere ha de ser otra versión de la «banalización del mal» a la que se refería Hannah Arendt. Además, el pedante que llevo dentro no puede evitar decirle, por si quiere interesarse, que la entrega de armas de Astérix está inspirada en la de Vercingétorix a César. Y puedo asegurarle a Ariztegui que en el doble cerco de Alesia nada sucedió «sin más», y desde luego fue bastante más pavoroso que en un tebeo.