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Un político singular

BLANCO es un político singular. No ha sido nunca otra cosa, y ha cobrado más por lo singular que por lo político; en un país decente sería una buena noticia. Blanco tuvo que elegir entre el Derecho y el PSOE y eligió el PSOE. Esto que lo hace hoy un juez tranquilamente, lo hizo Blanco en tercero de carrera, lo cual tiene más mérito. Yo supongo que en su biografía oficial se dirá que sacrificó su formación por el compromiso con las libertades, que al decirlo en plural pareciera que hay muchas y que el socialismo las abarca todas, algunas para eliminar otras. El joven Blanco podría haber dicho: «Mis ideas son importantes, pero más lo es un despacho por cuenta propia». No lo hizo. Pudiendo haber sido abogado, Blanco hubo de conformarse con el Ministerio de Fomento, y esto que parece un fracaso no lo es en absoluto. Sus decisiones tuvieron siempre esa extravagante mezcla de intuición y chiripa de las que ha dependido no tanto el futuro de uno como el futuro de un país; sin embargo ahora se le cerca judicialmente por el caso Campeón pero no por el caso Zapatero. Blanco levantó miedo cerval porque de repente en la vida privada de Madrid se presentó un señor con mucho poder que encarnaba al hombre hecho a sí mismo en de la política. A su paso la gente huía y luego, ya parapetada, le echaba el dedo encima como si fuese el colmo del vicio. Ha caído en un asunto del que siempre he pensado que es demasiado listo como para ser culpable y demasiado tonto como para no parecerlo. Ayer defendió la presunción de inocencia que no respetó en sus rivales y ante la incoherencia anunció un libro de no ficción. Estas salidas de tono son de político total y absoluto, una inteligencia muy pulcra que ha de conservarse. Blanco es muy político; hasta llegó a hacerse una cara de político. Pero nadie, hoy en día, sabe qué significa eso. Ni para qué vale.