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  • Carmen Rigalt

Comisionistas

LOS PREDICADORES no me darán la razón, porque los predicadores nunca tienen razón, se limitan a rellenar un hueco con palabras que se les ocurren sobre la marcha. Primero las escriben y luego las piensan. Escribir con razón es exponerse a las contradicciones, y esto lo digo por experiencia, pues soy hija de mis contradicciones y las asumo antes de que lleguen otros y me las restrieguen por la cara. Hoy sostengo una cosa y mañana la contraria, dependiendo de mi estado de ánimo. Digo esto para justificar la frase con la que ahora empiezo este artículo: me gusta el dinero.

Me gusta el dinero, sí. Como a todo el mundo, por otra parte. No sé de nadie que aspire a estar tieso. A lo mejor existe, pero no me consta. Hay personas, eso sí, que apenas piensan en el dinero. Son gente de naturaleza austera cuya existencia es una sucesión de rutinas sin precio. Gente que vive siempre en la misma casa y que cuando se compra ropa, le cuesta estrenarla porque está encariñada con las prendas usadas, que se amoldan más al cuerpo.

Entre los amantes del dinero, los que peor me caen son los comisionistas. No usé esa palabra hasta que no conocí al primer comisionista. Era un hombre chulángano y verborreico, de conocimientos justitos pero malabarista con los números. Allí donde olía a pasta, allí iba él, siempre dispuesto a reclamar «su parte». Le gustaba enredar en todos los fregaos, y su entrometida presencia le llevó a ser testigo de numerosos cambalaches, que en la época del ladrillo estaban muy de moda. Su parte siempre era una miseria, pero tampoco merecía más. Por estrechar manos y hacer presentaciones, ya era suficiente.

Cobrar una comisión no es delito, aunque a mí siempre me ha parecido una actividad apestosa. Claro que también me lo parece la Bolsa y jamás me he atrevido a decirlo. La comisión existe como alternativa al trabajo. No es más apestoso el que más cobra, porque la codicia no está sujeta a proporciones. La misma ansiedad tiene el que le soba el lomo a un malayo que quien asiste de pajarita a una cena donde se juega la adjudicación del tren de alta velocidad. Ahora, en el comisionismo de nivel, triunfan las mujeres. Muchas mujeres están aprendiendo árabe, ruso y chino. Pero antes ya sabían latín. Y francés.