• Sala de columnas
  • Fernando Sanchez Drago

ADN

NO SÓLO las personas… También los pueblos y los países tienen un núcleo duro que los vertebra, un corazón de hierro que los agarrota, un destino psicológico (y a veces psiquiátrico) que los condena a repetirse. Es el uróboros: un dragón que se muerde la cola. Es la cinta de Moebius. Es la imagen helicoidal del ADN colectivo, prehistórico e histórico que parte de un punto, gira y gira, asciende, se ensancha, se reduce, desciende y regresa en espiral al punto de partida. Nada cambia nunca. Todos los esfuerzos son inútiles. En Pequín mandan los mandarines de Mao. La primavera árabe ha entronizado en Egipto a otro Ramsés. Libia vuelve al tribalismo y el Sáhara al bandidaje. Putin es un zar con algo de Iván el Terrible (Koba el Temible llamó Martín Amis a Stalin en una crónica atroz) y mucho de Pedro el Grande. De Gaulle y Mitterrand fueron bonapartistas, y bonapartista, como Sarkozy, aunque de capa raída, es Hollande. Obama parece Lincoln. Fidel y Chávez son tiranos banderas. La Kirchner es Evita -¿será Garzón su Perón?- y Evo se cree Túpac Amaru. En Italia se reestrenan las pantomimas de Roma y los guiñoles de la Comedia del Arte: il Pagliaccio (Grillo), il Cavaliere Inesistente (Berlusconi), Arlecchino, servidor de dos amos (Bersani, ese pan sin sal que tiene el corazón a la izquierda, el hígado a la derecha y los cojones en ninguna parte). ¿Y aquí? Lo de siempre... Un patio de Monipodio: el de la política, las finanzas, las empresas, los sindicatos, los jueces. Una inmensa corrala: la telebasura, Twitter, los SMS de los medios audiovisuales. Un enorme café al que día tras día y noche tras noche acuden los tertulianos que sin saber de nada hablan de todo para competir en el deporte preolímpico de arreglar España.

Novelas de pícaros, sainetes, astracanadas, esperpentos… Miles de devotos pernoctan al raso, entre cartones, ante paellas precocinadas y haciendo surf sobre una ola de frío siberiano, para besar los pies a una estatua a la que piden que coloque a los parados, que nadie coja la gripe y que haya paz en el mundo. Ese Cristo milagrero atiende una de cada tres peticiones. Está científicamente demostrado, aseguran. ¡Y allá que se van todos, patricios y plebeyos, reinas y marujonas, beatas y putas! ¡Jesús, Jesús!, digo yo, haciéndome cruces. Nunca mejor dicho, nunca mejor hechas. No pataleemos. Nada cambia nunca. Todos los esfuerzos son inútiles. La culpa es del ADN: palabra de Dios.