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  • Lucia Mendez

Bárcenas envenena al PP

El caso Bárcenas es un sumario judicial, pero el caso de Luis Bárcenas merece ser estudiado en las ciencias del comportamiento humano. No es como los demás acusados de corrupción y fraude. Iñaki Urdangarin, por ejemplo. El duque de Palma ha encanecido, ha adelgazado 10 kilos, está lleno de arrugas y cada vez que baja la cuesta del juzgado parece un condenado con la cruz a cuestas y la culpa en las ojeras. Bárcenas no. Él es un hombre entero, altivo, desafiante, retador, provocador. Sale de casa y entra en el taxi con el gesto de ponerse el mundo por montera. Va a esquiar y toma champán como un hombre adinerado y respetable que no tuviera nada de qué avergonzarse. No se aprecian rastros de culpa ni en su cara, ni en su forma de andar, ni en su manera de entrar y salir del juzgado con su melena perfectamente engominada. Su autoestima está por las nubes. Su gesto destila odio hacia las personas que le miran como si hubiera hecho algo malo. El ex tesorero del PP anda, habla y mira como si no comprendiera por qué le llaman corrupto y por qué mucha gente le considera un ladrón. Las personas que sienten vergüenza de sus actos quieren esconderse, desaparecer, volverse invisibles. Bárcenas no. ¿Cuál puede ser la causa de la falta de vergüenza de Bárcenas? ¿Cuál la razón de su falta de pudor?

Pueden conjeturarse varias hipótesis. La primera, que no sea capaz de distinguir el bien del mal, aunque es poco probable porque se pasó 19 años en un despacho del PP dictaminando lo que estaba bien y lo que estaba mal. Él era el juez del bien y el mal del dinero. La segunda es que él sólo fuera el gerente de un sistema que consistía en hacer mangas y capirotes con el dinero: repartirlo el sobresueldos, llevarlo a Suiza... Y la tercera hipótesis está conectada con la segunda. Es posible que Bárcenas se sienta impune porque crea que sus colegas del PP al final le van a salvar de la cárcel y le van a dejar que disfrute de su dinero sin que nadie le moleste. Ése es su verdadero objetivo, quiere salvarse porque -en coherencia con la segunda hipótesis- se siente sólo una parte del engranaje que funcionó en el PP durante una etapa de gloria y dispendios. Él no quería ser un político, él quería ser el gerente repartidor del dinero de la política.

El dinero suele ser un veneno y por eso Bárcenas ha envenenado al PP con sus millones en Suiza. Las relaciones políticas de los máximos dirigentes del partido están infectadas, contaminadas y emponzoñadas por culpa suya. Los hay que le tienen miedo, quién sabe por qué. Temen a sus papeles y a su capacidad de hacer daño. Les hubiera gustado mucho que el fiscal general del Estado hubiera hecho la vista gorda con él. A Bárcenas no se le molesta, no vaya a ser que se enfade. Hubieran querido llegar a un acuerdo con el justiciable y reprochan al ministro de Justicia no haber sido capaz de detener el tsunami del escándalo. Si Alfonso Guerra decretó la muerte de Montesquieu, ¿por qué Gallardón se empeña en resucitarlo? Mira a lo que nos lleva un fiscal independiente y aficionado al cine, le dicen a Mariano Rajoy. Aunque no cita a Bárcenas por su nombre, el presidente del Gobierno de momento respeta la independencia de la Fiscalía General. Hace bien y esperemos que siga así. Tanta desvergüenza produce la actitud del ex tesorero como la sola idea de que haya alguien en un partido democrático que pretenda tapar la basura acumulada y no reclamar cuentas a este millonario sin escrúpulos ni conciencia. Si tienen que ponerse colorados y decir la verdad, ya va siendo hora. Los españoles están deseando que alguien tenga un ataque de dignidad.

Pero el veneno de Bárcenas es mucho y está suelto. Sus consecuencias políticas internas aún no se ven porque Mariano Rajoy es de combustión lenta. Puede que ya haya decidido quién tiene que morir, aunque los interesados aún no lo sepan.