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  • Manuel Jabois

Más gallego que diablo

RAJOY empezó leyendo el discurso que tenía preparado Rubalcaba y ahí se terminó el debate. Comenzó con la cifra de parados echándosela encima como la gasolina que se rociaban los modelos de Zoolander, pero se cuidó mucho de pasarle el tabaco al líder de la oposición con la herencia recibida, que ya es más grande que la de Borja Thyssen. También desechó brotes verdes e impuso una realidad durísima mientras Rubalcaba protestaba airadamente: «¡Eso es mío, eso es mío!». Rajoy, como Jim Morrison, cantaba de espaldas, y cuando se dio la vuelta empezó a mover la cadera burocráticamente recitando sus cosas de registrador. Rubalcaba salió al estrado y se enfrentó al mismo problema indetectable de siempre: que es Rubalcaba. Todo lo que va a hacer Rubalcaba pudo haberlo hecho Rubalcaba, y en esta frase se encierra la tragedia rubalcabiana respecto a Rajoy: es más fácil prometer una cosa y hacer la contraria que hacer una cosa y prometer la contraria, porque lo primero es traición pero lo segundo es cachondeo. El debate tuvo momentos de belleza antigua y por momentos se armó deliciosamente sobre plano, como se construía en el boom. Del duelo salió vencedor Rajoy, más por gallego que por diablo. Ese «yo no pido su dimisión, no me interesa» fue un golpe tan bajo que creo que lo dijo con buena intención, que ya hay que ser retorcido. Cuando salió Cayo Lara anochecía. Cayo está ahora para que no lo escuchen los niños. Es como Alberto Garzón pero repitiendo Cou. A esas edades puedes echarle la boca a las chicas o hacer pintadas contra el capital. Cayo hace pintadas. Eso no quiere decir que sean malas, pero hay que coger el spray. Ayer me pareció escuchar que pedía la abolición del dinero. Seguro que entendí mal, pero eso es lo hermoso de Cayo Lara: que no hay diferencia entre lo que dice y lo que te imaginas que dice. Tiene su extraño punto de pánico.